El problema de Realidad de nuestro «habitar» en la urbe capital
- Primacía del Ser-Estar real y de realidad
Fundación doctrinaria
«El Ser Humano es una existencia biometafísica abierto al mundo: de esa abertura se origina una realización y, por tanto, una «afirmación». Por sus propias condiciones naturales, se constituye —su abertura— como una existencia que tiene infinitas maneras de expresar su realización —su ser— en el mundo. La realización ética, que es a su vez una ética natural, está relacionada con su ser entrelazado que se encuentra coherentemente siendo con el mundo, con las cosas. El punto radical, al momento de decidir si una realización es ética o no, tiene que ver con el enraizamiento que esa realización define: es decir, que la existencia Humana no solamente es, sino que está presente, enraizada, puesta a prueba ante la naturaleza para sentenciar o no, si existe el cuidado que el ser en el mundo demanda. La ética natural es entonces, el cuidado. Este cuidado ético, no es sino la afirmación poética de la realización: esta realidad más radical advierte que la existencia no puede ser sin su estar, y que el estar, no puede afirmarse sin su ser. En definitiva, estamos obligados, por ser seres concretos en la realidad, a manifestarnos como ser y como estar unitario, virtud que nos convierte en Seres que están en la realidad del mundo original y poéticamente en libertad.»
Comentarios sobre del final del periodo tecno-industrial urbano
Cuando las urbes capitales colapsen, y los Seres Humanos volvamos en nosotros mismo para despertar del sometimiento impío por ser despreciables ante la majestuosa e inconmensurable realidad, que hasta ahora, algunos más que otros, negamos, tendremos que emprender el camino de retorno a la polis geocultural; las ciudades serán abruptamente abandonadas, reducidas a reductos de producción industrial. Mas el Hombre, que después de tanto andar ha madurado, recordará que en el campo se esconden las grandes bellezas de la técnica originaria, de la más noble y bella poética, de la creación armónica y la existencia épica. “Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron”: ciertamente que no busco replicar esta profecía de Juan; pero adscribo a la convicción de que todas las cosas deben ser restauradas; busco acercar los fundamentos existenciales del Hombre, de su Ser y de su Estar en una nueva forma de desarrollo sustantivo. Volvamos al campo.
Resumen
En nuestros tiempos actuales, acontece que nuestro vivir se encierra en el abismo de las grandes ciudades; el caos vivencial que angustia la existencia en sólidas paredes nos desequilibra; la contaminación del horizonte nos aparta de la naturaleza, el egoísmo de la urbe y sus tecnologías nos virtualiza, nos individualiza en la esquizofrenia de aquello que es «mío». El despojo de la humanidad viene a parir máquinas conectivas, expresiones de virtualidad solitaria. Así, la urbe capital, sus cosas, sus productos, su exención, su acéfala libertad, nos sentencia a tener que vivir bajo su sistema, bajo su artificial “naturaleza” y autoridad. Estamos pues, por decisión libre, prestos a vivir rutinariamente en la urbe capital donde los deseos no tienen límites. En ese fundamento del deseo podemos satisfacernos de las más diversas maneras; nos podemos perder en el frenesí del sin sentido, gozaremos de una fugaz felicidad sostenida por agentes sintéticos, ajenos a nuestra voluntad y, sin embargo, seguiremos pensando en libertad. Tampoco, ciertamente, se trata de buscar una plena y constante felicidad, por supuesto que no, sino que nuestro asunto problemático en la urbe tiene que ver con el sentido profundo y complejo que tiene la existencia para nosotros, aquellos que estamos inmersos en el fluir vicioso de la urbe.
Pero sin duda, a momentos, ponemos atención al corazón, a nuestro espíritu, y nos damos cuenta de que no es posible seguir sosteniendo la degeneración del sistema urbano: caemos en cuenta de que nuestro problema existencial es un asunto de cómo “somos y estamos en nuestra habitud”; nuestro problema es un asunto de sentido y significado de nuestro «habitar».
En este aspecto trascendental, la configuración espacial de la urbe capital, en nuestros tiempos, representa la expresión de algunos problemas existenciales complejos. Mucho podríamos decir de aquello, pero para circunscribir el asunto que me urge decir, es preciso que destaque lo siguiente:
- El problema existencial del Ser Humano en la urbe capital es un asunto filosófico y, por lo tanto, de originalidad, de sentido, y de manifestación de valores trascendentes.
- La urbe capital, al ser un sistema cerrado de reproducción del deseo, recude la existencia del Ser Humano a un fluir que es, pero que difusamente está.
- La técnica, no vista como creación poética sino como mera producción tecnológica, ha conflictuado la vida del viviente Humano en amplios aspectos de su realización vital.
- Los espacios productivos y reproductivos del problema del uso, propios de la urbe capital, han depredado los espacios de realización vital —espacio cultural—, y los han remplazado por una superficie vacía en donde existen muchas cosas, pero a la vez nada sustantivo; esa nada de las cosas no tienen otro sentido que el de producir consumo. No me refiero al consumo de productos o mercancías, me refiero al cómo el ser se consume en el avaro deseo.
El problema de lo que es real, de Realidad e irreal
Las diferencias radicales entre el ser humano que es y está entre el mundo y las cosas y el ser urbánico se expresa por la capacidad de ser «de suyo» en la Realidad del todo: por ejemplo, don Quijote aparece ante nosotros como algo real; tiene una vestimenta particular, sus historias están consagradas, lo conocemos, sabemos quién es por medio de un texto, lo imaginamos y queda hecho una cosa particular ante nuestra mente realmente como un personaje que se entrelaza en un campo de la realidad que es, pero a la vez no está presente sustantivamente como una realidad radical. La Realidad psicológica, como lo demuestra la impresión de realidad que tiene el Quijote ante nosotros, aparece limitada por sus propias condiciones de «aparecer siendo» pero no estando en la realidad de la presencia. Este aspecto abierto de la realidad circunscribe claramente aquello que es una cosa real en nuestra mente, de aquello que es de suyo, real y de Realidad que puede afectar la presencia de las demás cosas en amplios y profundos significados de ser. El ámbito que hace real al Quijote lo define su aparecer siendo una “cosa” real; nadie podría describir al Quijote sin tener que ser fiel a tal y como es el personaje en la obra literaria. Con todo, lo real del Quijote ocurre únicamente siendo al interior de nuestra mente pues es incapaz de «tener presencia»; de ser un ente biometafísico con propiedad de no solamente ser real en una dimensión específica, sino de ser una Realidad sustantiva compleja, con la cualidad potente de ser y de estar en las dimensiones que concretan la Realidad (dimensión personal, aglutinante, sicológica, política), y por cierto, de tener presencia física- orgánica-espiritual a la vez siendo y estando como unidad de Realidad.
El Quijote, que es una cosa real que se imprime en nuestros recuerdos no puede llegar a ser de Realidad porque tampoco puede “afectar nuestra presencia”; podría, al ser real, afectar nuestro ser, pero nunca afectarnos en la radicalidad de nuestra presencia. La presencia no es simplemente el estar actual y vital de algo, es la cualidad biometafísica de afectación de la propia Realidad Humana en cuanto tal, es la consciencia de que se está siendo presente trascendiendo en obras. Probablemente el Quijote puede, al ser real condicionar la percepción pubertaria, pero no puede afectar la integridad de Realidad que tienen aquellos entes con capacidad de ser y estar en y con las cosas. Los seres humanos en ese aspecto, tenemos el privilegio de ser seres complejos que siendo «racioemocionales» biometafísicos, reales y de realidad, afectamos en nuestro actuar las dinámicas de las relaciones humanas y nos hacemos presentes en un mundo dinámico, en desarrollo, en estadios. En último término, el Quijote de la Mancha es «irreal»; y lo que es ser-irreal, a la vez, es aquello que no puede traspasar la barrera de nuestro pensar para proyectarse por su propia cuenta en la Realidad entrelazada.
De este modo, de la consecución de lo irreal, debemos pasar al afirmar que lo que es Real, de Realidad, tiene potestad de ente o cosa que es y está independientemente de nuestro pensar, es lo que tiene un fuero interno, sin que nosotros los seres humanos podamos tener acceso a su interioridad de realidad.
Lo que es pues real, es lo que puede “afectar la presencia” de las cosas: la afectación y modulación indica que aquello que está afectando es una potencia «sustantiva», tiene propiedades de realidad, es actuante, es por su «propia cuenta», indica la presencia de que el ser fue, es y será entrelazadamente en la Identidad del Todo.
Ahora bien, estos problemas de realidad e irrealidad se presentan en el sistema urbánico agudamente de la siguiente forma: en la conexión sistemática al aparato de sujeción virtual la existencia es canalizada en una subducción que atrapa y condensa nuestro ser; la fijación virtual de nuestro vivir en ese tipo de ser encapsula las posibilidades de ser a los modos únicamente “normados” por la realidad virtual, en donde precisamente no existen límites de ser: no hay ética ni moralidad pues es un sistema de ser sujeto a la a-moralidad y a la anti-ética. En el fondo, estamos hablando de un sistema de existencias estimuladas cerebralmente; la mente es el centro y medida de todas las cosas, el cuerpo es un lastre indeseado que limita las posibilidades de ser fluitivas. La virtualidad es un espacio rasgado, sin forma, siempre torrentoso, intenso y oscuro. Es un espacio que sin embargo no se puede tener presencia, no se puede estar realmente, no puede ser consciente, porque tampoco se puede tener contacto con el mundo; la virtualidad, tal y como la hemos conocido hasta ahora, con sus avances y sus costos, constituye otro mundo, una no-realidad, una negación de la naturaleza, una negación de la humanidad.
El problema existencial en la «urbe capital»
No es posible solo Ser sin también Estar – acostumbrémonos pues a reconocernos como seres enraizados —seres que echamos y cultivamos raíces— en un espacio-ambiente en donde siempre somos, pero también estamos. Este aspecto primario y aparentemente olvidado sobre nuestra situación de ser reales en la realidad natural, «radical», ha desbordado nuestra posibilidad de afirmar verdaderamente nuestra existencia real y de realidad en un estado cultural actual, donde por nuestros propios deseos, infamemente, se ha reducido la existencia poética, que alguna vez gozamos, a una existencia urbana centrada en el problema del uso. En el rigor de la gran ciudad capital, donde la urbe entumece la existencia, olvidarnos que estamos siendo, ya sea en el ser consciente o en el ser superficial y deseoso, olvidamos también que estamos «presentes».
Acontece pues que el problema del uso, germen de la urbe mundante actual, nos enfrenta a tener que asumir los costos de la globalización productiva-unicultural: o nos acostumbramos a una existencia laxa, virtual y precaria, pero rebosante de deseos o asumimos sin más el arduo pero épico camino de guerra contra el imperio global. Asumirnos en la satisfacción del “puro” deseo que garantiza rápidamente la urbe, nos convence a dejar de estar ocupados por la originalidad y el sentido de la producción de la técnica, pues en la vorágine de la «nada», que es la síntesis filosófica y a-moral de la urbe, la técnica se reduce a “cómo el uso de las cosas nos resuelve los aspectos más irrisorios de la vida”. Semejante sin sentido, convierte a la técnica, en una técnica destructora.
En este asunto fundamental y controversial del vivir en la urbe, la posibilidad de ser está abierta a la ética y a la antiética, a realizarnos y afirmarnos propositivamente, o anárquicamente. Este aspecto de la realización y afirmación del ser, en los dos modos de cuidado mencionados, nos debe hacernos cuestionar si el vivir técnico de la urbe nos constituye como existencias reales o irreales: en el cuidado ético y anárquico somos reales, pues en ambos casos nuestra naturaleza biometafísica permanece concreta —distinto sería si estuviéramos hablando de androides—, sin embargo, el asunto de la «irrealidad» pasaría por definir si la urbe capital, como medio-espacio-ambiente nos determina a vivir auténticamente o livianamente, casi como una existencia extasiada por la satisfacción del uso.
Ciertamente, la monotonía vivencial-experiencial ensalzada por el crecimiento de la urbe capitalística, cuyo desarrollo exponencial se asimila al crecimiento desenfrenado y ágil del cáncer metastásico, encarece las manifestaciones poéticas y creativas de nuestra inteligencia: no es que absolutamente desaparezca ante nosotros una forma inteligente y genuina de ser de nosotros mismos, sino que la empobrece, la limita, y la conduce estrepitosamente al “puro ocio banal”. El asunto crítico sobre la urbe, y precisamente, el «ser en la urbe» deja entrever, casi sin querer asumirlo ni apreciarlo —no es asunto por lo menos del común de los vivientes humanos, en la multitud—, que estamos viviendo, o más bien, “dormitando” en la urbe. Esta situación vivencial, que en estricto rigor es un problema de «sentido» o falta de sentido, pero también cultural, tiene que ver con una miniaturización de las expresiones valóricas de los seres humanos en un mundo donde lo único que importa es la producción y el consumo.
¿Pero la producción de qué? ¿el consumo de qué? Fijémonos un momento en la producción de la tecnología-virtual: la urbe actual, encierra en su aplastante crecimiento monótono un profundo desprecio por la vida humana y sus genuinas expresiones y condiciones naturales; la presencia de tan variada gama de productos tecnológicos facilita en todo aspecto la satisfacción de la vida material, pero siniestramente, sin siquiera darnos cuenta, cauteriza y anula la vida espiritual. Sabemos que como existencia biometafísica, somos una unidad «física-espiritual» y ante este asunto fundamental de nuestra naturaleza, la urbe capital nos hace disolvernos en el conflicto productivo de la tecnología, que año a año, nos convierte en seres menos inteligentes, susceptibles a todo tipo de influencias y determinaciones. En análisis de las implicancias y los costos que tiene la tecnología y la virtualidad en nuestra cultura, nos hace caer en cuenta de que nos estamos convirtiendo en personas a las cuales “nos deben dar todo y de todo”, tal como nosotros, los Seres Humanos, hacemos con los “animales domésticos”. Justamente, en este punto crítico, queda en evidencia la cuestión de si estamos siendo sustantivamente reales o irreales en virtud del medio-espacio-ambiente que hemos construido históricamente en las últimas décadas. Con todo, además, nuestra situación existencial en la urbe capital, así como nos enfrenta a tener que ser de una manera disminuida, también nos induce a abortar nuestra responsabilidad respecto a ese ser que niega y esquiva la «cuestión del tener que estar», es decir; de tener que hacerse responsable del mundo que, nos guste o no, se está participando.
Aspecto depredativo de la urbe capitalística y la tecnología virtual
La producción del espacio en esta urbe del deseo ha consumido, o está consumiendo rápidamente el sentido cultural del espacio para la existencia profunda: en el rigor de la «sobreproducción», que es el ritmo productivo que desborda de “cosas” comerciales todos los rincones de la urbe capital, aparece un ser viviente que fluye conforme satisface su deseo: ese ser viviente es el hombre que se ha perdido en tan portentosa “abundancia” de cosas; si se desea comer, allí la urbe satisface el deseo directamente a la puerta de la casa, no es necesario hacer nada más que «conectarse» al dispositivo tecnológico vivencial —que ya no es solamente un equipo celular sino un dispositivo que nos sujeta a una forma particular de ser, de vivir—; de igual manera, los jóvenes que quieren disponer su tiempo en un flujo de “entre-tención”, lo hacen conectados al dispositivo vivencial que los mantiene ocupados en las más diversas actividades virtuales dispuestas para la satisfacción de sus deseos. Y respecto a las grandes relaciones sociales, la multitud de personas hace valer su presencia política a punta de conexiones masivas al dispositivo tecnológico virtual; recuden la voluntad política al deslice del “dedo medio” sin afectar directamente la realidad que se pretende denunciar. Toda esta forma de ser conjunta al dispositivo virtual, no podría ser real sin la arquitectura vacía de la urbe capital que asfixia las voluntades de ser de alguna otra forma que no sea las posibilidades productivas y deseosas del propio sistema vivencial de la urbe. En este sistema enajenante, alienante, el viviente humano se convierte en un tubo metálico que resuena siendo reproductor de las condiciones vacías de la urbe capital: en su propia morada, el viviente de la urbe no encuentra otra razón de ser, más que las condiciones dadas de ser en la tecnología y la virtualidad, casi como única condición a las posibilidades de realización del vivir.
En esta dimensión filosófica-arquitectónica plana y gris, el viviente Humano no encuentra forma de afirmar un Ser y un Estar cultural creativo, poético, épico, pues los espacios están dados para las cárceles del espíritu: esas cárceles son nuestras propias poblaciones y villas, que cada cierto tiempo carcomen los espacios libres que aún sobreviven. En efecto, en las cárceles del espíritu, se realiza aquella vivencia tecnológica-virtual que sintetiza nuestro ser en un ser de “pura satisfacción”, enfocado en una multiplicidad de cuestiones de uso que nos envuelve en un flujo de deseos, algunos reprimidos, otros en plenitud. Este juicio crítico, no debe ser entendido como una negación a priori de la ciudad moderna, sino como una crítica filosófica sobre los aspectos existenciales que se desarrollan en ella.
In situ, las paredes de la morada del viviente humano acogen el ser tecnológico-virtual del hombre en una dialéctica de emociones angustiosas que perciben la depredación de la urbe contra nuestras propias vidas; no obstante, jamás llegamos a determinar acciones decidoras en virtud de acabar con aquella forma de ser carente de estar. La urbe capital, en su alcance social, y la morada del viviente humano en su carácter individual y familiar, por las «formas» tecnológicas que en ellas existen y que aparecen imprescindibles para la vida, conforman un sistema dictatorial que nos obliga a tener que ser de una determinada forma y manera, siempre enclaustrada por los espacios cerrados y productivos que limitan el ser genuino: se conforma un ser productivo-tecnológico, fluvial, análogo, porque la «superficie» en que vivimos sistemáticamente nos niega la posibilidad de ser originales; se nos niega también el estar en autenticidad. ¿Para qué estar si podemos solo ser? El problema de esa pretensión autoritaria del sistema urbano capitalístico, estriba en que, por naturaleza, los seres humanos siempre somos, pero también, siempre estamos en el mundo y con las cosas.
Al efecto de sentenciar la dictadura del ser tecnológico -virtual, la crítica particular que debe primar para tal juicio es la que se detalla: en ningún caso esta crítica busca abrir flancos de lucha anarquista bajo una odiosidad a los avances de la producción capitalista, la ciencia y la tecnología; tampoco es preciso generar una idea satánica ligada al crecimiento exponencial de los megas capitales y las urbes capitalísticas, de ninguna manera. El punto central queda al descubierto al preguntar: ¿Estamos verdaderamente existiendo en el mundo o en los dispositivos tecnolovirtuales? Y en consecuencia de esa relación existencial en la virtualidad de la urbe ¿realmente nuestra existencia en nuestra urbe y más aún en nuestra propia morada nos permite ser y estar sustantivamente?
- La primera pregunta se resuelve tras la constatación de: la tecnolovirtualidad ha atrapado nuestra existencia; nuestra propia morada se constituye como un ensamblaje de vivencia tecnológica, no humana, sino virtual o humanovirtual. La virtualidad del vivir representa radicalmente un problema de realidad: para pensar, para comunicarse, para sentir, para emocionar y decidir, nos negamos a hacerlo por nosotros mismos —porque implica un tener que ser y un tener que estar original—, más bien lo hacemos por virtualidad u hiperirrealidad, recurrimos al dispositivo tecnológico en todo momento y en cada momento. La realización del vivir recurre a la externalidad; a la conexión permanente de la persona humana al dispositivo de ser para el «no-mundo»: un no-mundo donde no aparecen cosas ni existencias biometafísicas pues aparecen intensidades, estímulos de los más diversos sentidos y emociones, flujos de virtualidades psíquicas. En ese caso del uso cotidiano y sistemático del sistema virtual, se produce nuestro ser en el y por el dispositivo; en el no-mundo que significa el trasfondo de las conexiones virtuales habituales y que configura una plataforma de ser despojada de estar, es decir, de “no poder ser conscientemente en la realidad que estamos”, la existencia de la persona humana deja de ser con propiedad y autoridad, se entra en un flujo de sopor. En esta práctica vivencial, la realidad radical es apremiada por el tiempo consumido en el espacio virtual.
- La segunda pregunta se resuelve tras la constatación de: hemos dejado en evidencia que la posesión de un dispositivo no solamente implica “un tener”, sino un “ser para”. En ese “ser para”, que solamente ocurre en el vivir urbánico, tal como lo hemos criticado, nuestra forma de vivir es alterada por la propia urbe capital en un sentido específico: la urbe crea un sistema complejo de vivencias virtuales, luego, esas vivencias virtuales crean un hábito, una práctica-costumbre, enseguida, el hábito consolidado en el tiempo constituye una forma de habitar. El traspaso de los valores, superiores o decadentes no es facultad formativa de la familia, sino, del sistema tecnológico urbánico. El hábito, engendrado en la génesis creacional de la existencia virtual informa y configura un «tipo humano» específico: me refiero pues a los contenidos diseminados por la tecnovirtualidad y sus dispositivos de sujeción existencial que moldean el carácter fluvial de la persona humana. Por otro lado, la morada del viviente humano, en este contexto de depredación virtual, en donde el “un tener” que ser para la familia, para los amigos, para los compañeros o pareja, se interrumpe por el consumo tecnológico que invade las expresiones éticas y morales más profundas y nobles de la persona humana. Esta crítica sobre lo que implica vivencialmente “tener que ser” en el sistema urbánico y sus aparatos virtuales, no constituye una negación de la ciudad por ser ciudad, sino más bien, esta perspectiva nos debe orientar a reflexionar críticamente nuestro modo de habitar en la urbe. Habitar en el sistema urbánico significa que nuestro ser se muestra ante una realidad sintética que nos impide estar sustantivamente; es correcto que el habitar se sintetiza por el ser y el estar, es decir, que estamos siendo de alguna forma según nuestro entorno humano, tecnológico, y que estamos presentes en virtud de esa forma de ser. La cuestión de la habitud en la morada del viviente humano, sus conexiones y consultas saturadas de virtualidad, define que la “forma de ser discurre entre dispositivo”: sin embargo ¿qué pasa con el estar? Una forma de ser virtual no puede, por sus propias condiciones artificiales y contranaturales tener posibilidad alguna de «estar presente» en la realidad.
En la resolución de estas interrogantes se asoman angustiosamente las vicisitudes de la «existencia urbana»: en efecto, de “tener que ser” humanos, nos transformamos en seres urbanos, tecnológicos, virtuales, rebosantes de pasiones y deseos dispuestos a todo con tal de negarnos a volver a la vida real y de realidad que nos impone ser y estar coherentemente en el mundo, pues estar siendo en el mundo implica una delimitación; un “tocar la realidad donde pisan nuestros pies”, ser conscientes, volutivos, hacedores responsables de todo por cuanto somos y hacemos. Por tanto, el “tipo humano” que se critica en el presente texto es un tipo humano irreal, un «ser disminuido» que está en la irrealidad del flujo de sus deseos, que gozando de legalidad los practica fielmente; pero si la ilegalidad se enfrenta a sus deseos, la virtualidad acoge sin límites ni autoridad sus impulsos transgresores.
Apropósito de la presentación de ser disminuida —atenuada— del ser urbano en el mundo: es incorrecto afirmar que «somos en el mundo», porque nuestra condición de existencia abierta, ligada a producirse de manera efectiva, real y de realidad entre el mundo y las cosas nos determina propiamente como seres que están en el mundo. Estar implica lo actual, una impresión de realidad biometafísica concreta y sustantiva; estar implica ser de suyo, por nuestra propia cuenta, sin mediar agentes externos, tecnológicos ni virtuales. Ser y estar es un modo de existencia cultural trascedente y trascendental, histórico, temporalmente indefinido.
OBRA PUBLICADA POR JORGE SÁNCHEZ FUENZALIDA