Hoy, en la penumbra de la más absoluta oscuridad de la conciencia del Ser humano, nos enfrentamos a la necesidad de dar respuesta a una pregunta esencial. ¿Se acabó el mundo? no me refiero, por su puesto, a la destrucción literal de la existencia del hombre en el mundo, ni de una hecatombe planetaria, me refiero pues al término de una determinada forma de orden cultural. Ese orden cultural corresponde a lo que constituyó a Occidente, aquello que lo fundó de una verdad, de un sentido, de un camino. Me refiero pues a la cultura occidental cristiana; es ese fundamento y esa práctica la que caducó, se acabó. Bajo esta perspectiva nos referimos al contexto de reconocer que el mundo, el orden occidental se ha acabado. Y, por lo tanto, nuestras respuestas deben esclarecer si ese hecho cultural tiene lugar, o más bien, corresponde a una mera conjetura. ¿Por qué afirmo que el orden occidental cristiano ha caducado? Y puedo responder con otra pregunta: ¿Qué elemento da testimonio de la vigencia o decadencia de unas determinadas y particulares premisas de creencia? En el caso de la cultura occidental cristiana, el testimonio de que su cosmovisión se encuentra en potencia o en decadencia, la establece la práctica.
Aquellas interrogantes son las que me motivan a escribir este trabajo, que presentamos para los lectores críticos de las ideas modernas que intentan definir al hombre y la sociedad, a Dios o su improcedencia.
¿Qué quiere decir en términos generales el concepto de Guerra Ideológica?
Tal como relata el jurista alemán Carl Schmitt en su obra la “Teoría del partisano” (1963), la condición fundamental de toda persona que se alista para afrontar el conflicto ideológico –en su dimensión de ilegalidad y legalidad– resulta ser la cuestión del necesario y radical reconocimiento Enemigo; ¿En virtud de qué condición, además, se define a ese enemigo? En la relación inequívoca que ciñe al civil de una absoluta convicción política y un nuevo tipo de militancia: la que dice relación con el abandono de la estructura partidaria vertical de domingo, a una nueva concepción de vivir y ejercer lo político.
De este modo, cabe destacar que en la guerra convencional el conflicto siempre se dará entre dos Estados. En este contexto, el objetivo en el campo de batalla para un Estado u otro será el reconocimiento del estandarte enemigo: el blanco de fusil lo constituye el soldado regular de la Nación, cuyo uniforme será el distintivo estético que diferencia a ambos combatientes. Sin embargo, en la Guerra ideológica, el conflicto radical de partes no considera una beligerancia o discrepancias entre Estados regulares, sino más bien, la discordia se da a nivel de lo político y la impericia de una determinada ideología que encarna, además, las premisas de una cosmovisión, constituyendo así el elemento esencial que caracteriza este tipo de lucha.
De este modo, si la cosmovisión establece la creencia arraigada de las organizaciones humanas complejas, la ideología en tanto, hace de la mera abstracción teórica filosófica un intento de realidad. La ideología corresponde al conjunto de ideas y prácticas fundamentadas en una doctrina, razón o saber determinado. Eso puede ser una acepción posible para el término en un sentido coloquial. Sin embargo, en el estricto sentido político, la ideología es un sistema de acción de intervención de la realidad, alimentada por una doctrina filosófica-política que, además, nace de una cosmovisión. De este modo, el campo de las ideas políticas establece la relación de ideas imperantes y subordinadas: quiere decir que, en el ejercicio de la política formal, a nivel de Estado y gobierno, siempre existirá un conjunto de ideas, razón o saber que esté dictando los términos y los sentidos de la realidad social y política.