POR JORGE SÁNCHEZ FUENZALIDA
Las cosas que flotan, las cosas que pesan y la actitud intelectual
Tal y como he comentado, la importancia de conocer y entender los procesos sociales que caracterizan nuestra realidad social y política, fuera de toda compresión contingente de ese “acontecer”, nos orienta a encontrar un saber que nos enfrenta a tener que tomar posición efectiva y radical respecto a la configuración sociopolítica que informa y configura la filosofía, las teorías, las doctrinas y las diversas formas ideológicas que pugnan hoy por el Poder de controlar y dirigir las mentes de las personas.
Este esfuerzo intelectual tiene una implicancia humana bien determinada y esencial: cuando se dice “esfuerzo intelectual”, usted puede pensar, naturalmente, que se trata de un esfuerzo superior de inteligencia para llegar a saber o dominar ciertas verdades, o en el caso más sublime, llegar a conocer la verdad como principio creador y generador de todo.
Sin embargo, este “esfuerzo intelectual” en primer lugar define que nosotros, los seres humanos, debemos tener un esfuerzo diferente; esfuerzo aquí recae en el interés personal de querer poseer un saber que no se encuentra en el ruido infame de la superficialidad de la contingencia cotidiana. Esfuerzo, más precisamente, tiene que ver con que tengamos actitud; una actitud fuera de lo común que nos sumerge en el mar del saber. En segundo lugar, esa actitud, que está en todos nosotros, pues todos los seres humanos tenemos la facultad intelectiva que nos hace posible ese “bucear en el mar tormentoso que es el inmenso saber”, determina que, además, de la actitud, necesitamos abrirnos sin sesgos ni prejuicios ante ese mar que nos mostrará todas las cosas ocultas, en la medida que nos adentramos más y más en el abismo tremendo, grande, grave y a veces oscuro.
En efecto, al bucear abiertos al saber, sin primas aun, nos damos cuenta de que las cosas más livianas flotan en la superficie, en algunos casos cerca de llegar a la superficie; pero lo que flota ante nuestra inteligencia, y que a menudo aprehendemos para indagar la flotabilidad de aquello que “aparece flotando”, ese fenómeno nos enseña que aquello que “flota”, es porque ha perdido peso, no tiene una carga vital que lo hace pesado, sustantivo, rebosante de saber. Ahora bien, que las cosas o el saber floten, quiere decir que en algún momento fueron pesadas, pero que inadvertidamente dejaron de serlo para nosotros y que, en algún momento desconocido, por sus propias condiciones emergieron y se hicieron presentes en la superficie, ahora como una cosa a la vista, a la mano. Lo que está en la superficie siempre es lo más fácil de contemplar, criticar, juzgar, definir, es fácil, simple y no requiere ese importante y fundamental esfuerzo intelectual que hemos advertido, está a la base de la actitud de bucear en la gravedad de mar profundo. Las cosas que flotan son urgentes de saber para el que bucea, no obstante, esas cosas no son radicalmente importantes para la tarea del buceador, en virtud de ese esfuerzo intelectivo que lo define gloriosamente con la voluntad y actitud necesaria para ir más allá de lo que se define flotando.
Luego, con el tiempo y la paciencia requerida, el buceador llega una profundidad oscura; es necesario que prendamos las luces. De pronto, en el horizonte del abismo cósico y del saber, aparecen las innumerables cosas pesadas que decantan día tras días en el fondo marino. ¡Aquí está lleno de cosas! ¡Está lleno de cosas sabibles! ¿cómo no nos dimos cuenta antes de tamaña acumulación de lo pesado? Bastaba con tener la voluntad y la actitud de ir por ellas, aquí, en el fondo del mar abierto.
El descubrir aquello que está en el fondo nos convierte en seres descubridores; des-cubridores de las cosas ocultas, de los saberes inalcanzables, escabullidos hábilmente, fugazmente ante nuestra ignorancia que ahora, se empequeñece ante tamaño conocer.
Descubrir las cosas y los saberes del fondo marino nos debe llevar a pensar que:
- Las cosas pesadas se van al fondo marino; sus saberes, ideas, acciones, su contenido, no es parte y expresión inmediata de lo visiblemente aparente.
- Las cosas livianas, los saberes flotantes y aparentes en la superficie, son parte y expresión de algo que se manifestó sin ser advertido.
- Sin tener la actitud ni la voluntad de bucear, no se puede conocer ni entender lo que está debajo de la superficie.
- La superficie es manifestación engañosa e ilusoria del fondo.
- No se puede resolver la contingencia superficial sin llegar a conocer y entender las cosas y los saberes pesados que están carcomiendo el fondo.
- Las cosas y saberes que decantan en el fondo constituyen la realidad radical del todo del océano.
Una vez que el buceador ha comenzado activamente su ocupación sistemática por las cosas y saberes del fondo, gracias a su impecable actitud y voluntad intelectual, se hace así mismo pues, una radical pregunta: ¿Qué haré ahora con estas cosas?
Resolver esta pregunta puede propiciar una serie de acciones, de proyectos, de ideas, razones, emociones y sin embargo será determinante para la vida del buceador responder certeramente dicha pregunta que lo posiciona ante una labor Ética (cuidado) y de libertad (responsabilidad con el mundo que se está generando). Hay pues, sin querer aun responder, a mi juicio, la pregunta del qué hacer con aquello que se descubre, puedo adelantar que aparecen ante nosotros la manifestación volcánica de la discordia y la discrepancia entre los hombres, lo demás, es literatura.
Werra de las relaciones humanas y del Poder
No es incauto ni irresponsable emplear la expresión “Guerra” en el seno de las relaciones humanas y, por cierto, específicamente en las relaciones de Poder: Guerra, del germánico antiguo “Werra” quiere decir “discrepancia” o “discordia”. Claro está que el concepto clásico de Guerra refiere al enfrentamiento físico entre estructuras estatales llamadas países. No obstante, cuando el término Guerra es usado para referir al sistemático desarrollo de la crisis y los conflictos socioculturales que nos agobian y confunden, lo correcto es llamarlas por expresiones de Guerra cultural.
Algunos pues, y con justa razón, utilizan la expresión Batalla para asumir un estado “combatiente” en el amplio campo de la lucha política, es decir, de la lucha cultural. ¿Cuál es, por tanto, la expresión correcta? ¿Guerra o Batalla? No es antojadizo precisar este asunto, menos pretendo descalificar el uso de la expresión Batalla, toda vez que es empleado por muchos millones de personas que se determinan a luchar de algún modo frente a la aparente e infame hegemonía progresista.
Mi intención con la definición de este concepto es “delimitar” y “definir” con claridad el “sentido” de la palabra Guerra, en virtud de la compleja y constante, inacabada, cotidiana y sistemática expresión de las relaciones humanas en el ámbito del Poder político, fundamento vivencial por el cual las orgánicas o movimientos sociales se proyectan en lucha radical. Es justamente en esa lucha política por el Poder, que se vuelven ya no teórica, sino absoluta realidad la discordia y la discrepancia que explota, a veces, agresivamente ante los hombres. La conciencia que tienen los seres humanos sobre este ser-presente que es histórico, determina que emerge con total claridad ante nosotros, la Guerra.
Ahora bien, atendamos por un momento la precisión de la acertada o no, expresión “Batalla” para los asuntos de las relaciones socioculturales y del Poder. Para tales menesteres, podría usarse pues el concepto de “batalla política”; “batalla ideológica” o como ocurre a menudo, “batalla cultural”. Batalla, etimológicamente referida: “Bataillle”, del latín “Battualia”, “esgrima”, es una palabra que proviene de una derivación del verbo en latín “Battuere” que quiere decir “golpear”. En el ámbito de las relaciones sociales y del Poder, en la lucha política como tal, Importante es definir el trasfondo de ese “batirse”: decir que estamos en una batalla ideológica es legítimo pues ustedes entienden que hay un conflicto que nos define participes de una batalla. Queda claro que algo ocurre en esas relaciones humanas, algo está aconteciendo a propósito de nuestras relaciones políticas.
Ahora vamos al punto central: la palabra Batalla, a mi juicio, usada para referir al problema fundamental de la lucha política tiene dos acepciones:
- En la Guerra convencional entre estados nacionales o meros estados administrativos, la “Batalla” es una parte de “la Guerra”. Es un acontecimiento particular del desarrollo general del conflicto, refiere a “combates delimitados” y que en general adquieren por nombre la ciudad en que se desarrollan esas particulares “Batallas”: por ejemplo, la “batalla de Kiev” que tiene lugar en la Guerra de Ucrania.
- En el activismo político, la palabra “Batalla” aparece para “marcar posición” política específica: es usual advertir el uso de “batalla cultural” en un sector emergente pero lúcido en la “nueva derecha” en Chile, pero también en el resto del continente. Ese “marcar” posición se da respecto a un “adversario” (no es recurrente el uso de la expresión enemigo) y se usa para definir el sentido de una acción política no partidista, sino más bien, ciudadana, que se opone a la hegemonía ideológica de izquierda, predominante en amplios asuntos de la cultura.
En consecuencia, podrá usted entender que cuando empleamos la palabra “batalla” para hacer referencia a que como personas políticas nos encontramos desenvolviéndonos en un conflicto político contra un “otro” que percibimos a priori, como “adversario”, es importantísimos advertir que estamos circunscribiendo nuestra acción política a la manifiesta contingencia programática de ese “otro”. En efecto, estamos declarando solamente un “batirse contra o un batirse a”; es decir, estamos reaccionado ante el quehacer del adversario. A menudo, esa batalla cultura, política o ideológica, como “batalla”, es expresión de posiciones valóricas, éticas, morales de cierto conjunto de doctrinas políticas específicas como podría serlo el conservadurismo de cierto espectro de la derecha a nivel occidental. Con todo, volviendo al punto de ese “batirse contra o batirse a”, podemos con justa razón cuestionar: ¿Cuál es el trasfondo político esencial de esa batalla que hacemos referencia? ¿qué define esencialmente la acción de ese “batirse contra o batirse a»?
Analicemos rápidamente pues la resolución de estas interrogantes: en primer lugar, debo afirmar que, si es efectiva una declaración de “batalla cultural”, por ejemplo, con total certeza puedo sentenciar que de esa “batalla” subyace, tal vez oculta, la gigantesca y enmarañada manifestación de la “Guerra cultural”: batalla cultural sería una parte, un combate particular de la Guerra cultural. En segundo lugar, el trasfondo político de un “batirse contra o batirse a”, se determina por la “reacción contingente”, como hemos dicho, es decir, entonces, que la motivación especial de esa acción de batirse, de ir a la batalla, corresponde a la emoción de haberse encontrado sobrepasado por el adversario.
Ahora tomemos parte en la definición de la expresión “Guerra” como fundamento de las relaciones humanas y del Poder. En un sentido estrictamente de análisis politológico, propongo emplear el término “Guerra” como sinónimo fundamental de “Discordia-Discrepancia” de las relaciones sociopolíticas de Poder. El fundamento de esa Discordia-discrepancia no es un “batirse contra o batirse a”, ir a la batalla radical de la política cotidiana, sino más bien, el fundamento de la “Guerra” se encuentra en una cosmovisión, en un conjunto de doctrinas y en unas determinadas formas de hacer y vivir lo político. Este punto ya nos advierte la profundidad y complejidad de la expresión “Guerra”, en virtud de la Discordia-discrepancia” imperante en las relaciones sociopolíticas de Poder.
Por ejemplo; decir en este asunto “Guerra Cultural”, define que como seres humanos nos hemos determinado como seres políticos conscientes de nuestro propio “ser-presente” —reales y de realidad— en la “Discordia-Discrepancia” frente a un Enemigo que conocemos y entendemos portador de una cosmovisión, un conjunto de doctrinas y una vivencia fundamental que pone en riesgo nuestra propia existencia, no solo política, sino Humana.
En este sentido, ¿Cuál es el objeto que nos posiciona en Discordia-Discrepancia con el Enemigo? Al poseer el Enemigo una cosmovisión, astutamente la ha sintetizado en una variedad de expresiones doctrinarias, todas ellas, vivificadas mediante un “Proyecto histórico ideológico” que pretende sistemáticamente, por varias vías y medios, transformar la sociedad para conseguir la construcción del arquetipo de ser humano que define la cosmovisión fundante del Enemigo. Ante ese “Proyecto histórico ideológico”, aquellos que tienen conciencia política, se han declarado en Guerra, es decir, en “Discordia-Discrepancia” fundamental con todo lo que significa ese proyecto político que pretende dominar las mentes, alienarlas para una visión del mundo del todo destructora, in-humana.
De este modo, la “Guerra” política, cultural e ideológica no es una reacción, pues además constituye una proposición al proyecto ideológico propuesto por el Enemigo.
En un plano vivencial, el Ser Humano constantemente se encuentra inserto íntimamente en el desencadenamiento cotidiano de una multiplicidad de discordias y discrepancias agudas, otras graves, crisis, conflicto permanente que brotan incansablemente de nuestras propias relaciones sociales que inexorablemente, acusan la voluntad Humana por el necesario poder de controlar y dirigir lo que construimos, lo que hacemos, a veces por emoción, otras por la razón, sumidos, unos más que otros en la cuestión del Poder.
Parece inverosímil negar el Poder, parece, por tanto, inconsciente, apresurado e irreal, idealista dirían algunos, negar la Guerra política que acontece en nuestro mundo.
OBRA PUBLICADA POR JORGE SÁNCHEZ FUENZALIDA