Reseñamos la tercera obra del profesor y filósofo Carlos X Blanco, Un imperio frente al caos, que consideramos como la más lograda de las reseñadas hasta el momento, y que se encontraría más cerca en sus hipótesis y consideraciones a aquello que defendemos desde Hipérbola Janus. Eduard Alcántara, autor del prólogo y reputado autor y pensador evoliano, también destaca la importancia en los preliminares de aquellos elementos clave que vertebran la esencia de la obra y sirven como hilo conductor. El Imperio y la civilización cristiana aparecen como el modelo ejemplar y el eje de la historia europea, dentro de estas categorías se desarrollan los puntales básicos de la Civilización que históricamente han construido la idea de Europa y sus gentes. Son categorías que entrañan en sí mismas ideas-fuerza frente al caos y desorden posmoderno. Nos hablan de la Civilización del Ser, del Orden, del arraigo y, lo que es fundamental, del encuentro entre lo sensible y lo suprasensible, entre lo material y espiritual.
Buscar un asidero de valores y principios fuertes, bien pertrechados en las tradiciones orgánicas y en un modelo de civilización que priorice la necesidad de autoafirmación y soberanía de los europeos frente al relativismo y los múltiples frentes de destrucción que nos atenazan es una cuestión de supervivencia. Este modelo de civilización Carlos Blanco la encuentra en el Medievo, en un modelo construido sobre las bases de unas relaciones socioéticas jerárquicas y de lealtades personales que toma la doctrina de Cristo como centro fundamental de su Cosmovisión. Eduard Alcántara nos remite a la doctrina evoliana y nos habla del «hombre fugaz» como el tipo humano predominante en nuestros días, caracterizado por la anestesia moral y la huida e inconsistencia permanente. Y es que, como nos señala de forma reiterada Carlos Blanco, la posmodernidad ha dejado de ser burguesa.
La Cristiandad medieval y la idea de Imperium son el reflejo de una relación de continuidad entre la Antigüedad con todas sus herencias grecorromanas y latinas que se funden con aquellas celtogermanas para restaurar las vías de contacto entre el macrocosmos y el microcosmos dentro de un orden sagrado, orgánico y tradicional. La máxima expresión del Imperio lo tenemos con el Sacro Imperio Romano Germánico. En nuestro caso particular, en el de España, sus orígenes se encuentran íntimamente vinculados a los del orbe cristiano medieval y representa una continuidad respecto a la herencia clásica de la que ésta era portadora y depositaria, como el elemento hispánico lo es de la Catolicidad, que a su vez aparecen indefectiblemente ligados al Imperio.
Nuestro autor reivindica la construcción de un nuevo ciclo histórico ascendente para el mundo hispánico a través de una reconstitución de sus antiguos territorios como bloque geopolítico frente a una decrépita, degenerada y mercantilizada UE, para dejar de ser un agregado colonial estadounidense. Para ello habría que buscar ese impulso fáustico, bajo los omnipresentes parámetros del pensamiento spengleriano siempre presentes en la obra de Blanco, que en los comienzos hizo suyo la monarquía asturiana, en los inicios de la Reconquista, para volver a reconstituir el Imperio, cuyo sentido profundo nos remite a la espiritualidad solar, orgánica y viril, aunque, como nos apunta Eduard Alcántara en su prólogo, no estaría exenta de elementos propios del polo lunar y femenino que se han ido manifestando a lo largo de nuestra historia. En este sentido es muy interesante la referencia bibliográfica al escrito póstumo de Jose Antonio Primo de Rivera, Germanos contra bereberes, o La gaita y la lira, donde podemos apreciar trazos de la pugna de ambos polos espirituales, en el devenir histórico hispánico.
La Modernidad representa el Mal Absoluto, la división y destrucción de los cimientos de la civilización que con tanto esfuerzo y tenacidad construyeron aquellos que nos precedieron. Y la antítesis de este modelo de Civilización lo encontramos en la Cristiandad medieval, que en ningún caso representa un mundo oscuro y bárbaro ni una etapa de transición entre el mundo antiguo y la modernidad. Muy por el contrario, debemos hablar de una nueva civilización que brotó del fermento y detritus de la Antigüedad clásica revalorizando su herencia, fusionando diversos elementos étnicos (celtogermanos y latinos) y sentando las bases para el nacimiento de Europa, en cuya génesis el Cristianismo fue determinante. Esta Europa se gestó bajo una nueva cosmovisión en la que se consideraba una dualidad de poderes (laico y eclesiástico) que alcanzaban su máxima expresión y síntesis bajo el modelo imperial con su idea bicéfala del poder (Estado/Iglesia) con las Cruzadas o la Reconquista como la expresión más pura de su la misión salvífica y civilizadora. Y en este contexto la Hispanidad, forjada en el devenir de los siglos medievales, aparece como el verdadero Katehon, un bastión frente a la modernidad.
Pero la Hispanidad, y esta es una idea muy importante, no tiene absolutamente nada que ver con el «nacionalismo español», que al fin y al cabo es una concepción moderna, de inspiración jacobina y que se desarrolla en el marco del Estado-nación, homologable con cualquier otra nación europea estándar. Aquí la Hispanidad aparece como un proyecto imperial, espiritual y civilizador que recoge todas las herencias del mundo clásico y medieval y halla su máxima expresión en la Reconquista y la Catolicidad frente al desorden moderno de las iglesias protestantes del Norte de Europa, con su fanatismo retrógrado y su materialismo usurero y explotador. Aquel de la Hispanidad es un modelo de civilización antitético respecto a la civilización burguesa de los Derechos Humanos y la humanidad abstracta. La Hispanidad es además portadora de una Cosmovisión completa de la existencia a todos los niveles, tanto filosófica (metapolítica) como histórica frente al caos actual.
Otro elemento destacable del que nos habla Carlos Blanco es la categorización del Occidente europeo como un subproducto moderno de origen liberal y burgués, construido sobre las bases de la Europa anglosajona, puritana y mercantil. Además fue este mismo Occidente el que socavó la civilización cristiana medieval. De manera coetánea, el Imperio de los Habsburgo, representó a las fuerzas del orden frente al caos preconizado por el Norte protestante, un intento por salvar la civilización cristiana del Medievo. En este sentido la derrota de la Monarquía hispánica supuso también la pérdida de Europa y de todo el legado de valores espirituales superiores, que terminaron destruidos por la acción del liberalismo anglofrancés, el iluminismo y la masonería.
Esta misma decadencia que nos atenaza, aparece claramente descrita en la filosofía spengleriana a través de la ley de correspondencias, que establece conexiones entre épocas cronológicamente lejanas en virtud de unos mismos atributos y características, y en este caso particular Carlos Blanco asocia la época final del reino visigodo de Toledo, con todos los elementos de descomposición que lo caracterizan los comienzos del siglo VIII, a la España actual, integrada en el Occidente posmoderno, igualmente en fase de disolución. Las coyunturas históricas son coincidentes y nos hablan de un ciclo terminal tanto en el caso de la monarquía goda como en el del Régimen del 78, con la concurrencia de las mismas fuerzas disgregadoras.
Uno de los capítulos está dedicado a las visiones sobre el fenómeno hispánico de Ángel Ganivet a través de su conocida obra, Idearium español, donde se describe uno de los rasgos de identidad más característicos del Imperio Español: la teocracia hispana, y con ésta la especificidad del Catolicismo hispánico. Esta teocracia comenzaría a forjarse durante la monarquía goda y vendría a consolidarse bajo astures, leoneses y castellanos, dando lugar a la concepción sagrada de la Corona que terminaría por convertirse en el atributo más notable del poder imperial español en el mundo. Por otro lado, en sus teorías Ganivet también señala un aspecto muy importante, como fue la lucha por la independencia contra un enemigo que trata de apoderarse del solar patrio, como un revulsivo y motor del alma española en su devenir histórico. Los ejemplos son sobradamente conocidos al respecto (la Reconquista, La Guerra de Independencia contra Napoleón etc). De hecho, el autor granadino nos describe ya dinámicas geopolíticas como las que hacen referencia a potencias talasocráticas (Gran Bretaña) y telurocráticas (Francia o Alemania) o la naturaleza del Imperio español, que podríamos definir como una mixtura de las dos categorías mencionadas, en un proyecto cristiano-europeo organizado en torno a comunidades orgánicas que se regían por lazos de solidaridad y subsidiariedad. En este sentido, destaca Carlos Blanco, la obra de Ángel Ganivet nos presenta ideas clave e intuiciones en el pasado y futuro de España, y además permite una lectura en clave geopolítica.
Además, hay que tener en cuenta que este modelo de civilización que representaba el Imperio Católico Español se cimentó sobre un sustrato guerrero y campesino que dotó de hombres los cuadros de la nobleza, la Iglesia, el pensamiento y la propia acción conquistadora desde la Reconquista hasta la misma configuración del Imperio de Ultramar. A modo de antítesis llegó la Europa moderna, construida sobre una base burguesa, protestante y anglosajona, que en la actual posmodernidad ha dejado de ser burguesa al tiempo que la globalización deshumanizadora y apátrida se va abriendo paso con los gobiernos tecnocráticos y dictatoriales, las masas ociosas y subsidiadas, la destrucción del pueblo trabajador y la extensión del nihilismo y la autodestrucción por doquier.
Nos encontramos ante una España que renuncia a la noción geopolítica y espiritual de la que históricamente es portadora. Y es que la Hispanidad se erige en el siglo XXI como un bloque geopolítico como lo pueda ser China en el sudeste asiático o el mundo árabe. Posee una cultura común y planetaria cuyas herencias impregnan los continentes, con millones de personas y extensiones territoriales en la antigua América española que aparecen como una vía para preservar nuestra soberanía e independencia. Además la Hispanidad es una idea que dinamita por completo el proyecto globalizador y del Nuevo Orden Mundial en ciernes que se proyecta amenazador sobre nuestro futuro inmediato. Vivimos una época crepuscular, en la que las certezas y seguridades de antaño desaparecen del mismo modo que lo hacen aquellos lazos orgánicos que nos permitían cobijarnos bajo una Patria, fe o comunidad orgánica. Un nuevo totalitarismo, tecnocrático y transhumanista se cierne sobre el mundo entero con el uso de la tecnología y su virtualidad como la peor de las tiranías y formas de esclavitud.
En otro de los capítulos Carlos Blanco contrapone la visión de Joseph Campbell, desde la mitología, a aquella de Oswald Spengler, que destaca cómo las culturas tienen un carácter único y exclusivo, una identidad propia, para contradecir las teorías difusionistas defendidas por el autor estadounidense. Al mismo tiempo, en el diálogo entre Occidente y Levante se manifiestan la pugna entre los polos solar y lunar de la existencia, y como aquellos elementos europeos autóctonos son los que prevalecieron en la forja de aquellos valores orgánicos y viriles de la Antigüedad clásica grecorromana, mientras que aquellos levantinos han generado desvirilización y disgregación de esa unidad orgánica en Occidente a través de diferentes corrientes como el pitagorismo, gnosticismo etc. De tal modo que el éxito de Occidente siempre ha dependido de su capacidad para contener al Levante semita. De hecho, aquí reside una de las claves en la génesis hispánica a través de la monarquía asturiana y el Noroeste peninsular, en la conservación de un sustrato indígena privado de elementos afrosemíticos y levantinos.
En lo sucesivo vienen una serie de capítulos que vienen a aclarar los posibles equívocos y errores conceptuales que puedan derivarse, por ejemplo, del término bárbaro y lo que éste supone, como sinónimo de destrucción o tiempos de oscuridad y decadencia. Apoyándose en las teorías del catedrático de Prehistoria Carlos Alonso del Real, nuestro autor reivindica el papel higiénico o de depuración del bárbaro, comprendiendo siempre un papel diferente en función de su dialéctica con otros pueblos y dependiendo de su grado de aculturación, de hecho el bárbaro aparece como un ariete de lo viejo y semilla de lo nuevo. El mejor ejemplo lo vemos en la península ibérica con los godos del Reino de Toledo o los astures y cántabros, que en su momento también fueron percibidos como bárbaros y posteriormente integrados en la Alta Cultura llegando a ser expresión y vehículo del alma fáustica frente al invasor sarraceno a partir del 711.
En lo que concierne al Imperium hay que destacar que entraña una concepción del poder y de la soberanía completamente diferente a aquella del Estado-nación. Hablamos de un poder que aglutina a diferentes etnias y estados, con un carácter plurinacional que, en el transcurso del Medievo, se alimentó de la nostalgia del Imperio Romano, respecto al cual pretendía representar una continuidad en cuanto a sus concepciones jerárquicas y orgánico-cualitativas, en la condición jurídica de las personas o en los lazos de lealtad personal y sujeción a una ley suprema o trascendente que debe mucho a la anhelada romanidad clásica. En este sentido, nada que ver con las ideologías modernas y jacobinas adscritas al Estado-nación posrevolucionario. Por ese motivo es fundamental desarrollar una teoría del Imperio, que nada tiene que ver con el imperialismo entendido en sentido moderno, asociado a un expansionismo agresivo para invadir y someter a pueblos que sí desarrolló el mundo anglosajón. El Imperio es una construcción geopolítica y civilizadora efectiva, en la que los métodos de conquista y control están destinados a conseguir una integración a través de pactos consentidos o de modo federado entre otras posibilidades. Este fue el modelo imperial español hasta el advenimiento de los Borbones, que homologaron el trato con los territorios hispánicos de Ultramar al modelo anglosajón de colonia de explotación y extracción económica, con la desigualdad jurídica de sus habitantes respecto a los peninsulares, provocando la desafección de las élites del Nuevo Mundo y preparando el camino para la pérdida del Imperio. El Imperio español no fue nunca depredatorio y siempre tuvo una motivación espiritual profunda como era la civilización cristiana universal.
Más allá de estas cuestiones, cabe preguntarse, siguiendo la teoría de Elvira Roca Barea, de si España es una nación tal y como se deriva de la acepción moderna del término, y que en este caso prevalece la interpretación de la derecha liberal española bajo unos razonamientos jacobinos simplistas, poco racionales y acríticos. La España de la unidad religiosa del Reino de Toledo, la de la emergente monarquía asturiana o la de los Reyes Católicos nada tenía que ver con ese sentido moderno del Estado-nación. Según la tesis de Roca Barea, España sería más bien un fragmento del Imperio Hispánico, que cuando cayó quedó como la porción central de un Imperio desaparecido, un fragmento que no completó su reconversión en nación canónica. La realidad presente, dada la intrascendencia de España en el contexto internacional, reducida a economía subsidiada de la UE en el Sur, impone la necesidad de plantearse ser el núcleo de un Imperio euroamericano para subvertir la decadencia y lenta agonía que nos imponen los poderes globalistas.
Y esta misma decadencia y autodestrucción que está en pleno apogeo en un Occidente periclitado, en el que triunfa el Mundo Mercado de los liberal-capitalistas, debe dotarse de una nueva Filosofía de la Historia y superar el viejo paradigma de la Modernidad, totalmente caduco y suicida. De esto depende precisamente la salvación de Occidente, y más concretamente de Europa, de abandonar las premisas ideológicas de la Ilustración y el iluminismo y volver a pensar más allá de los experimentos científicos y la ordenación industrial del mundo. Abandonar la obsesión por la máquina y la tecnología, despojarse de las ideologías para volver al camino de una verdadera filosofía. La Edad Media europea, con su civilización pujante, dotada de una verdadera alma fáustica, marca el camino para la reordenación bajo una concepción orgánica de la civilización que, como aquella medieval, sea capaz de recoger el legado que nos ha precedido y transformarlo. Se trata de aquel Cristianismo fáustico dominado por la sed por lo infinito, dotado de una voluntad de poder, y con el impulso necesario para extenderse y conquistar el mundo. En este marco fue en el que se forjó el Imperio Hispánico, católico y universal, como una verdadera alternativa y antítesis al mundo burgués y liberal de los siglos XV-XVII, con una Cosmovisión propia, y enemiga del espíritu burgués, basado en el utilitarismo y el mercantilismo, en el afán de ganancia material, en el lucro y la rapiña.
En este sentido también resulta interesante la comparativa que Carlos Blanco hace entre el Imperio Hispánico y el régimen militarista prusiano del siglo XIX-XX. En este último caso encontramos precisamente la síntesis entre ese espíritu industrial propiamente moderno y aquel militar más tradicional, en el contexto de un Estado-nación moderno, con una base social amplia y con formación científica. El Imperio Español, como ya hemos referido, tuvo una base popular, católica y universal, además de unas diferencias coyunturales e históricas respecto al modelo prusiano.
En las reflexiones finales del libro Carlos Blanco vuelve a insistir en la incertidumbre de los tiempos actuales con la decadencia de un Occidente quebrado y en el proceso de liquidación final mientras se produce el fracaso y ocaso de Estados Unidos como potencia mundial, y con éste del proceso hegemónico de occidentalización (americanización) del mundo, bajo el dominio de la OTAN o de los burócratas de Bruselas, con el instinto de supervivencia totalmente anulado, como una civilización postrada, sin autoconciencia de su propia existencia ni dignidad alguna. En Europa se impone la estrategia del caos y el desorden meticulosamente planificado, con unas ingenierías sociales implementadas a lo largo de décadas, desde 1945, con la deconstrucción de la naturaleza, de tal manera que no hay hombre ni mujer, la infancia es un mito, la Patria no existe, como tampoco existe ni padre ni madre ni familia. Y en medio de este caos somos presa de especuladores financieros transnacionales y crisis económicas, con políticas envilecedoras, sociedades fragmentadas, terrorismo islámico y el multiculturalismo impuesto por poderes transnacionales en un programa obsesivo y criminal de reemplazo poblacional.
Es por ese motivo que el Medievo aparece como el verdadero referente para nosotros en nuestros días, y también como el verdadero Renacimiento, que vemos reflejado en el esplendor de los siglos XII-XIII frente al Renacimiento de los siglos XV-XVI dominado por las sectas, el caos de las naciones, el desprecio por la doctrina escolástica y, en definitiva, la ruptura del ecumene medieval.
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(c) Hipérbola Janus