«Guerra Política: Al interior del Estado cultural» por Jorge Sánchez Fuenzalida

¿Qué es guerra y qué es política?

Bases conceptuales para la lucha política contrasubversiva

El mundo ideal no existe cuando chocan las voluntades de los imperios o de los hombres que crean poder: llegado el momento, una visión del mundo va a imperar

El orden de una civilización se constituye por la guerra

La política institucional establece la continuación de la guerra por otros medios

la guerra ideológica actual no se fundamenta en concepciones éticas y morales: la guerra política es a su vez guerra cultural; la lucha de aquellos que reconocen enemigos y poder

La siguiente reflexión doctrinaria es sin duda creación y al mismo tiempo herencia: en mis lecturas y definiciones, he logrado reconocer dos aspectos que caracterizan mi trinchera política: que en filosofía me considero un Zubiriano y en teoría Política un Schmitiano. Dejado en claro este importante detalle, permítanme comentarle una aproximación general del concepto de Guerra Política.

  1. comentario general del Estado cultural y el Estado Administrativo

La distinción entre Estado administrativo y Estado cultural no es banal, es necesaria, estratégica y radical; en uno se discute acerca de procedimientos y en el otro, se define la unidad e identidad política de una sociedad: el Estado administrativo es aquel sistema jurídico burocrático que se encarga de aplicar la ley y el Estado cultural es aquel que se fundamenta por principios filosóficos, doctrinarios y prácticos que tienen que ver con la madurez política de un pueblo. El Estado cultural no es una estructura institucional; es filosofía, ultra metafísica, pero que, por cierto, informa y configura el símbolo institucional, lo significa, le da sentido.

Ahora bien, es recurrente encontrarse con juicios sobre el Estado en general, que más bien parecen germinar desde sesgos ideológicos particulares y no de una verdadera y radical comprensión del Ser humano y de su Estar-social, que realmente define un Estado actual: algunas doctrinas critican al Estado desde un positivismo filosófico práctico, materialista y otras, desde un prisma idealista y romántico.

 En este contexto, se define que:

  1. El Estado cultural es la conjunción real y formal de la creencia sintetizada a la organización social compleja. Creencia aquí, no es una cuestión superficial: se trata del enraizamiento social de principios éticos y morales que nos caracteriza como seres humanos particulares, únicos, especiales.
  2. El Estado cultural es expresión formal de la dimensión política sistémica de un pueblo: es conciencia política individual y social, no ideológica, pues corresponde al fin superior de responsabilidad que tiene el ser humano consigo mismo y con su prójimo.
  3. El Estado cultural es conciencia política integral pues no se ordena según principios ideológicos de clase, sino culturales.
  4. El Estado cultural, al ser teoría ultra metafísica, es anterior y superior al Estado administrativo constitucional. Sin embargo, es parte y expresión de la ley fundamental de un pueblo. En este respecto, no debe existir contradicción entre el Estado cultural y el Estado administrativo: siempre que la hay, se desmantela la coherencia social pues la contradicción siempre separa el concepto de cultura en Estado-economía-religión-sociedad política y sociedad civil, cuando efectivamente, todos ellos son y se fundamentan -adquieren sentido- en un mismo Ser; el Estado cultural y el concepto de lo político aquí se encuentran en plena conjunción y coherencia filosófica-práctica.

Con todo, así como el Estado administrativo constitucional moderno se fundamenta en bases jurídicas que norman y moderan las relaciones humanas, su proyección histórica depende su manifestación institucional: una élite burocrática representa su defensa ante los enemigos internos de ese mismo Estado. Pero un Estado cultural, se soporta y se proyecta en virtud de un trabajo de inteligencia sistemático representada por una vanguardia intelectual: una élite política vivifica su defensa ante una multiplicidad de enemigos al interior del Estado administrativo que por razones ideológicas buscan la subversión cultural de ese Estado; es decir, su disolución filosófica, doctrinaria y práctica; su significado y su sentido.

Desde el punto de vista de una nueva doctrina del Estado, cabe tomar a bien esta distinción entre un Estado burocrático y cultural: es una obligación intelectiva y por tanto estratégica, entender que naturalmente acaecen inexpugnablemente relaciones de contrapoder subversivo dentro de los Estados u Unidades Políticas tal y como las entendemos hoy; es decir, en virtud de que ningún Estado es absoluto ni eterno, real y naturalmente, la expresión de la guerra se fundamenta esencialmente en la definición de un sistema de alianzas en que por una parte -según la democracia multipartidista burguesa- 1. condiciona un poder político que tiene voluntad de Decisión para defender el Estado burocrático constitucional y por otra, 2. la proliferación de grupos políticos marginales que se organizan ilegalmente para hacer la guerra al Estado administrativo. La guerra política se define en este contexto de alianzas amigas del Estado o enemigas del Estado como una relación política radical de poder, en que se regula y soluciona según la urgencia, intensidad y gravedad la histórica o particular discordia/discrepancia política fundamental, que evidentemente, se está manifestando constantemente

¿A quién le corresponde por lo tanto la defensa del Estado cultural? ¿Quiénes son amigos o enemigos de ese Estado Cultural? Así como la defensa de la Constitución (fundamento del Estado) le corresponde al presidente, la defensa del Estado-social cultural histórico, propio y político, le corresponde a la Élite intelectual. En este aspecto teórico surgen algunas interrogantes: ¿existe una Élite intelectual en Chile? ¿tenemos la conciencia y madurez política necesaria para saber reconocer nuestro Estado cultural?

  1. Necesidad de pensar la Guerra-Política

Para otorgar franca respuesta a la pregunta que consigna el título de este escrito consideremos pues lo siguiente:

Cuando me refiero a la palabra mundo, estoy hablando de un orden cultural que caracteriza a ciertos grupos de seres humanos congregados bajo los fundamentos de una cosmovisión: una definición de ser humano, de familia, de estado, de sociedad que trasciende y caracteriza a una civilización. Ante semejante definición, cuestiono:

¿está nuestro mundo occidental desmantelado? ¿y si mediante la reflexión más sincera asumimos que sí, qué demos hacer? ¿acaso la guerra frente la decadencia? ¿acaso volver a la “sana” política? ¿qué?

La historia de la humanidad es tal vez la historia de la guerra: una guerra histórica que se caracteriza por el uso de la fuerza física; de las armas, de la muerte, de los enemigos y de los imperios. Esa guerra tradicional es la que germina desde los deseos más encarnizados del ser humano: sean estos deseos motivados por la épica y la justicia, o por el odio o la maldad, es preciso reconocer la realidad de la guerra, circunscrito en un ser y acto político trascendente. Independiente de las emociones particulares que todos tenemos, resulta imperativo asumir que la guerra constituye un hecho histórico que ha marcado, cuan tinta indeleble, nuestros grandes proyectos de desarrollo social. La guerra es una verdad que cualquier idealista (que idealiza el vivir del ser humano) nunca asumirá como hecho concreto, real y de realidad.

Ahora bien, a menudo asusta y exaspera, como verdadero sesgo adquirido, el siquiera hablar de la guerra -ya sea en el espacio de lo fantasmal o mítico, o como conversación profunda y analítica digna de reflexionar-, y que apropósito de la invasión de la Federación Rusa a tierras ucranianas, la cuestión de la guerra se vuelve, hoy más que nunca, causa de los inhumanos o de servidores de satán.

Con todo, más allá de consideraciones que revelan miedos atávicos y resistencias psicológicas de tener que asumir la radicalidad de las motivaciones humanas, en sus más profundas motivaciones y consecuencias, constituye un deber y una obligación tener que tomar en serio y de verdad, la causa de la guerra. En ese sentido, es correcto definir que la guerra es por excelencia, una acción política radical que concierne al Poder fundamental de los Estados culturales: es decir que la guerra forma parte de nuestros haceres y de nuestra realidad social y política primaria. La guerra concierne por lo tanto al hombre y a los hombres.

¿Entendemos acaso qué es la guerra? Mucho hemos aprendido de la concepción integral de la guerra con autores tan relevantes como el mítico oriental Sun Tzu y otros tan influyentes en la filosofía política como Nicolás Maquiavelo. Mas en nuestro tiempo, la ciencia militar se empapó con teóricos tan brillantes como el estratega prusiano Carl Von Clausewitz. Con todo, no es de mi interés ahora citar a estos autores, ni menos hablar de la guerra en los términos que ellos han planteado y perpetuado en tan abundante bibliografía.

Me interesa hoy aproximar una nueva mirada sentida -no meramente concipiente- e inteligente de lo que radicalmente es la guerra en la vida de los seres humanos y sus necesarias y reales consecuencias en la política: me refiero pues al contexto trascendental por el cual nuestra sociedad chilena debe adquirir una Unidad e Identidad Política cultural y sistémica, con el fin de asumir la guerra política como forma (incorporado al sistema estatal) y medio (para solucionar la crisis y conflicto político actual) para el combate y exterminio de todo tipo de subversión insípida u orgánica.

Todo lo anterior, apropósito del intento fanático y sicópata de la izquierda decontruccionista que encarnándose en la Convención Destituyente, ha definido sin ningún tipo de fundamento verdadero e histórico la destrucción institucional de la República de Chile.

En definitiva, si la guerra es una acción política sistemática y cotidiana integrada a la compleja visión del mundo de los seres humanos, entonces la política práctica es el resultado cristalizado de esa acción: la política es creencia, cultura y sociedad. Filosofía creadora de la realidad.

  1. No hay política sin guerra y guerra sin política

Cuando hablamos de guerra y política, en este comentario teórico, no me refiero a una guerra convencional ni a una política partidista. Guerra aquí es el desarrollo cotidiano, sistemático y práctico de las relaciones humanas en el campo de la discordia-discrepancia; es decir, el desarrollo complejo de las relaciones de poder en la experiencia social del Ser humano. Política, en virtud de semejante concepto, es la encarnación de una filosofía aplicada a la creencia cultivada que es la sociedad.

Considerando la definición etimológica de la guerra -del germánico Werra: desorden, discordia, discrepancia-, inmediatamente asumimos que tan cotidiano flujo de experiencia humana nace desde nuestro Ser porque es condición de nuestra naturaleza humana: mediada por nuestras emociones (de forma visceral) y nuestra razón (de forma concreta e inteligente), la discordia y la discrepancia, como verdadero sentir fundamental en la acción del Ser humano, se cristaliza luego en los hechos concretos de nuestra realidad y la actualizan constantemente. Esa actualización regula las relaciones humanas pues instituye -según la magnitud política resolutiva de aquella discordia/discrepancia- relaciones de poder: esas relaciones de poder pueden ser de costumbre-simbólica o institucional. La política, al ser filosofía aplicada a la creencia, a la cultura y la sociedad, se constituye como un ser y un hacer íntimamente entrelazado con la guerra.

Todas estas consideraciones doctrinarias ganan valor en la actualidad pues nuestra sociedad chilena está sopesando los costos culturales de un proceso histórico de subversión política que ha confiscado-expropiado el Estado administrativo chileno para sus fines ideológicos. La convención destituyente es la pretensión formal de refundar la República de Chile en clara coherencia con esa subversión cultural que ha caracterizado a la izquierda deconstruccionista chilena, y que, en definitiva, luego de que le sea posible complementar su trabajo, al amparo del poder político del Estado, se allane el camino para tener éxito en su objetivo histórico: el de fundar un nuevo Estado cultural y así configurar un nuevo tipo de Ser humano que ha olvidado, a la fuerza, su cultura histórica.

Si la guerra es política y la política es guerra, los que vivifiquen esta premisa doctrinaria están llamados a convertirse en profesionales que luchan sin ingenuidades, ni idealismos abstractos por la defensa del Estado cultural que hoy constatamos en pleno asedio enemigo. Este hito debe ser el primer momento de la creación de una Élite intelectual que trascienda el tiempo histórico para la defensa del Estado cultural.

JORGE SÁNCHEZ FUENZALIDA es el autor de obra «GUERRA IDEOLÓGICA: SUBVERSIÓN Y EMANCIPACIÓN EN OCCIDENTE».

En la actualidad, se encuentra preparando un interesante trabajo de investigación que pretende profundizar las tesis presentadas en su primer libro, las cuales tienen relación con la afirmación de que el comunismo, entendido como un gran proceso de acción ideológica, tiene como fin la emancipación cultural, es decir: la abolición del sistema de creencia imperante de la cultura occidental cristiana.

JORGE SÁNCHEZ FUENZALIDA es el autor de obra «GUERRA IDEOLÓGICA: SUBVERSIÓN Y EMANCIPACIÓN EN OCCIDENTE».

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