El «problema indoeuropeo» es, realmente, el problema de los orígenes de Europa y, como tal, prácticamente insoluble. En la vieja Europa ya no hay espacio para el sano debate y la libre investigación. Por lo que respecta a la cuestión indoeuropea, todo se reduce a la aceptación incondicionada de las hipótesis de moda: resumiendo, primero fue la del origen indoasiático, después la del origen anatólico, actualmente la del origen euroasiático de los nómadas de las estepas pónticas —presuntamente reforzada por ese laboratorio ideológico constituido en torno a los estudios genéticos de ADN antiguo—, mañana será la del origen extraterrestre, teorías todas ellas bastante extravagantes e improbables, por más que las publicaciones científicas, particularmente las del mundo anglosajón, insistan en las mismas, intentando extraer conclusiones lingüísticas de unos hechos migratorios que, por supuestamente reales en términos arqueológicos, no son la candidatura idónea para calificar a una población como de lengua indoeuropea sin la prueba fehaciente de los testimonios escritos.
Defender la hipótesis autóctona europea —la nórdico-germánica—, señalada con toda verosimilitud, por la combinación de datos suministrados por la antropología, la arqueología, la filología y la mitología, es inmediatamente condenado al ostracismo y a la muerte académica.
Jesús Sebastián-Lorente