La democracia se ha elevado a un tótem: intocable, incuestionable, a lo sumo considerada como el sistema político menos malo, creando con ello un sesgo que impide la búsqueda de otras formas de organización, como la noocracia. Platón consideraba a la noocracia como el sistema del futuro que reemplazaría a la democracia. Sin embargo, el concepto de noocracia ha sido distorsionado o poco comprendido, por lo que, en lugar de buscar establecerse como el sistema del futuro, busca el recuerdo del pasado. Mientras que la democracia se impone, la noocracia se revela.
Si la democracia comienza con el estado de derecho, la noocracia parte del estado de deber. Si la democracia es el gobierno de las masas, la noocracia es el gobierno de las voluntades. Si la democracia se fundamenta en la cantidad, la noocracia lo hace en la calidad. Es por eso que la noocracia también es conocida como la aristocracia del espíritu.