El libro de Carlos X Blanco, filósofo y profesor universitario del cual ya reseñamos hace un tiempo su original obra De Covadonga a la nación española. La hispanidad en clave spengleriana, nos ofrece en esta ocasión un libro que llama la atención por lo atractivo que resulta su título La Caballería Espiritual. Un ensayo de psicología profunda y la imagen que sirve para ilustrar la portada, un grabado de Alberto Durero, «San Jorge a caballo», que nos recuerda al magnífico libro de Jean Cau que reseñamos a comienzos de este año.
El libro consta de un prólogo de Eduard Alcántara, conocido estudioso de la Tradición, con un brillante bagaje de escritos en clave evoliana desde hace un buen número de años. De su introducción destacamos el especial hincapié que hace en el proceso de transformación interior y de búsqueda de las raíces profundas al que apela Carlos X Blanco a lo largo de la obra, y la necesidad de evitar a toda costa caer en la barbarie, con la consiguiente pérdida de puntos de referencia esenciales en ese proceso de naturaleza ontológico que debe revertir el carácter diabólico y disolutivo de la Modernidad.
El mencionado proceso conlleva un aprendizaje, y la interiorización de una doctrina que permita emprender a nivel individual un camino de perfección, o de «sanación y crecimiento», tal y como nuestro autor, Carlos X Blanco, propone en cada uno de los capítulos que componen su obra. Del mismo modo, y es otro aspecto que Alcántara señala muy acertadamente en el prólogo, como todo camino iniciático, conlleva una serie de dificultades, privaciones y sufrimientos en la vía de la purificación interior, lo que supone entrar en contraste con las propias contradicciones, con los abismos personales más oscuros, y superarlos. En este proceso es evidente que también debemos combatir muchos de los prejuicios heredados, por el hecho de vivir integrados en un modelo de civilización y cultura concretos, que son aquellos anejos a la propia Modernidad. Las diferentes tradiciones iniciáticas nos hablan del mismo sentido de purificación, transformación y religación a lo prístino y originario, a aquello que de forma natural e innata reside en nuestro interior y que es susceptible de pasar de la potencia al acto, descondicionar la existencia y librarnos de las diferentes formas de ataduras que limitan nuestra vida. Como apunta muy acertadamente Eduard Alcántara, lo eterno e imperecedero es la búsqueda del Ser, de las jerarquías naturales y el Espíritu como cúspide de las mismas en el marco de un tiempo eterno e inmutable.
La perspectiva de Carlos X Blanco no es exactamente la misma que nos plantea Eduard Alcántara en el prólogo, y ello también se debe a que nuestro autor se nutre de unas bases y unos materiales sensiblemente diferentes, y que, como es obvio, debe a su propia formación dentro del ámbito de la psicología. No obstante, y a pesar de los diferentes puntos de partida, Carlos X Blanco también pretende un despertar interior, el redescubrimiento de potencialidades desaprovechadas y un salto de conciencia que afecta a todos los ámbitos de nuestra naturaleza y ser primigenios que nos permita trascender el actual orden de cosas, tanto en lo individual como en lo colectivo.
Tras el citado prólogo la obra en sí misma se estructura en treinta y dos capítulos, a lo largo de los cuales, y de forma sucesiva, se van ampliando una serie de ideas y conceptos que vienen a redundar en el aspecto apuntado en el anterior párrafo. La obra se presenta de entrada como una especie de manual orientativo en nuestra trayectoria vital, siempre desde una perspectiva pedagógica y terapéutica, que los recurrentes términos de «sanación» y «crecimiento» siempre se encargan de recordarnos. En este sentido resulta sumamente interesante el primer capítulo, donde nuestro autor, mediante el empleo de una serie de metáforas nos habla de las diferentes etapas a las que debemos enfrentarnos en nuestro itinerario vital, el paso de la infancia, con toda la seguridad y protección de la que usualmente se goza, a la edad adulta en un proceso de maduración en el que toda esa «edad de oro» que se asocia a la infancia, periodo de pureza prístina, termina desapareciendo para siempre y nos deja presa de nostalgia y anhelos. De modo que ante los avatares de la vida cada persona debe buscar su camino y encontrarse a sí misma, reencontrar al ser perdido de los orígenes a lo largo de un recorrido iniciático de gran profundidad introspectiva.
Para conducirse entre los peligros y abismos de la existencia la actitud, nos dice Carlos Blanco, es fundamental, y debemos adoptar una actitud de curiosidad aventurera y de amor que nos permita construir un centro que nos sirva de guía y a partir del cual podamos generar nuestra propia Cosmovisión. En este sentido el autor asturiano apela a las teorías junguianas de la psique, aquellas que nos hablan de la psique originaria que comprendería una doble vertiente espiritual y física con sus propias dinámicas y leyes internas. Asimismo, el autor suizo fue capaz de ir más allá de las teorías freudianas y las limitaciones del marco de la ciencia positivista decimonónica en las que se enmarca. De ahí que Carl Gustav Jung concediera una dignidad ontológica al inconsciente más allá del mecanicismo de los procesos físico-biológicos. La psique es la expresión misma del Cosmos y la Divinidad, es en ella donde reside el sentido de la psicología profunda que nos invita a mirar en nuestro propio interior como la piedra angular del proceso de crecimiento y sanación.
En el mencionado proceso es fundamental conocer la extensión y potencialidades de la psique tanto a nivel individual y colectivo, y ahondar en los aspectos más oscuros del inconsciente, que como nos plantea Jung, establece una permanente relación dialéctica entre la parte consciente e inconsciente de la individualidad, del yo. Ello implica también al ser colectivo de la especie, en lo que nos remite al denominado inconsciente colectivo, forjado en el transcurso de millones de años de evolución biológica, y en el cual residen las grandes potencialidades espirituales del ser, el mismo sentido de lo Universal y del Cosmos.
A pesar de que en nuestros días los aspectos puramente psicológicos y espirituales del hombre parecen carecer de importancia, especialmente por el carácter enteramente materialista de nuestra civilización y por la carencia de referentes dentro de un orden superior, vemos como la enfermedad psíquica se manifiesta en la deriva destructiva de la Modernidad hacia el medio natural, o a través su carácter artificioso e impostado mediante el uso de la tecnología y la ruptura de toda armonía interior. La alternativa de un despertar pasa por el redescubrimiento del inconsciente profundo y la restauración del equilibrio psíquico que nos de profundidad tanto individual como colectiva en la construcción del devenir histórico actual. Solo a través del autoconocimiento del ser verdadero, de la propia naturaleza, se pueden superar las anomalías y la enfermedad que se manifiesta a través de la sociedad competitiva, centrada en la búsqueda de placeres materiales que solamente buscan satisfacer formas de vanidad.
Ante todo la búsqueda de las raíces implica una profundización en el Inconsciente colectivo e individual, como ya se mencionó anteriormente, con el fin de potenciar la creatividad y reintegrarse con la centralidad primigenia. Conocer es recordar, como decía Platón, es una clave fundamental para entender el sentido de lo que Carlos Blanco pretende expresar en su obra. En este contexto la Tradición se alinea perfectamente con la idea del Inconsciente colectivo a redescubrir, dado que la primera se fundamenta en un proceso acumulativo que implica a sucesivas generaciones y que refleja las experiencias vitales de un pueblo, y ahí reside su carácter revolucionario. El Inconsciente junguiano expresa exactamente el mismo sentido.
Pero la ciencia y las teorías de la psicología moderna son incapaces de reconocer que la existencia humana y su hecho psíquico trascienden los procesos orgánicos y biológicos mecánicos que pueden registrar en laboratorios y que la realidad de la vida no responde a leyes matemáticas dentro de un orden puramente racional de la Realidad. En este contexto, apunta Carlos Blanco, el Inconsciente no es un elemento residual o un apéndice subsidiario del cerebro, sino que posee su propia identidad y representa una complejidad en sí mismo. De hecho nuestro autor preconiza el advenimiento de la gran ciencia de la psique superando los límites del materialismo empobrecedor y el racionalismo estrecho.
Como señala la Tradición, en nuestro interior habita un microcosmos que representa a la totalidad del macrocosmos, al Todo, y con éste unas enormes y enriquecedoras posibilidades. No obstante, debemos establecer una serie de compensaciones a nivel psíquico entre el consciente y el inconsciente, que permita un trasvase de imágenes del segundo respecto al primero evitando la fragmentación y caer en una psicosis tan propia de estos tiempos. Las dificultades para establecer este equilibrio psíquico vienen de las máscaras que adoptamos en nuestra vida social y por el daño que la sociedad de consumo capitalista ejerce, y que nos obliga a falsificarnos o mostrarnos de una forma diferente a la que realmente somos.
Otro aspecto característico del Mundo Moderno es el Tiempo, considerado en términos lineales y como una realidad finita, en la que todo es susceptible de ser cuantificado, el valor de las cosas y de las personas, la competitividad y la productividad, todo sometido a la tiranía implacable y diabólica del Mercado y la Técnica. Es un Tiempo carente de cualidad que consume a las personas, cuyas vidas se hallan protocolizadas bajo la imposición del reloj y los horarios. La posibilidad de dejar de ser objeto y convertirse en sujeto frente al Tiempo, y hacer confluir en un mismo plano todas las escalas temporales, como culminación de ese Todo cósmico, de ese Tiempo eterno e invariable en el que vivía el sencillo campesino del medievo, es una de las metas a conquistar en el proceso de sanación. Al mismo tiempo ese Todo cósmico y orgánico representa la misma idea del Inconsciente colectivo y la misma idea de Tradición, cuya definición anteriormente referida nos recuerda mucho a aquella dada por el profesor Rafael Gambra. En este contexto de redescubrimiento interior e integración en un Todo armónico debemos considerar la importancia de lo Sagrado, algo fundamental frente a la incomprensión de una sociedad secularizada, en la que los arquetipos expresan y adquieren nuevos significados.
Adoptar un modo de vida sencillo, abrazar la vida contemplativa y volver al campo, al lugar de los orígenes de donde todos, en algún momento, hemos salido, son la mejor forma de transformarse interiormente y, al mismo tiempo, de dejar atrás el mundo corrompido y degenerado en el que vivimos. Restaurar antiguos vínculos orgánicos, reconciliarse con la naturaleza y replantearse radical y completamente el modo de vida que hemos adoptado hasta hoy y en los últimos siglos. En ese sentido, la autosuficiencia y la autarquía personal, como aquella del campesino humilde que es capaz de producir su propio alimento y abastecer sus sencillas necesidades, es fundamental, como también lo es combatir y revertir la cultura del progreso, a la que viene asociada la contaminación, el expolio o la esclavitud. Es la reintegración del hombre en el Cosmos, la vuelta a una naturaleza de la que procedemos y a la que debemos la esencia de nuestro Ser.
Uno de los últimos puntos que consideramos más interesantes de esta obra es la crítica que se hace a la ciencia actual, que está marcada por un absoluto desprecio hacia aquellos valores espirituales que, a través de la Tradición, vertebran una parte nada desdeñable del ser humano, y que en nuestra opinión sirven de cúspide en toda jerarquía. Es una ciencia que no se halla consagrada al conocimiento, sino encerrada en sus complejos e irreales sistemas conceptuales. La ciencia moderna tiene la capacidad de materializar demoníacas posibilidades que, y esto lo decimos nosotros, se reflejan de forma monstruosa y con innumerables y perversos ejemplos a través de la denominada «pandemia» en los últimos dos años, que bien sabemos que nada tiene de sanitaria ni se sustenta en nada científico. Y con ello no atacamos a la ciencia, que es una herramienta que puede resultar útil en su contexto, sino al cientifismo como ideología, y casi como una secta dogmática en manos de intereses espurios. Es una ciencia pervertida que se presta a la experimentación con seres humanos y dota de un inmenso poder al entramado de las grandes farmacéuticas, que privan de la salud y de la vida a pueblos y naciones enteras. Como bien dice nuestro autor, Carlos X Blanco, lo que hoy se llama ciencia no es sino basura, con un afán desmedido por publicar artículos en revistas especializadas en inglés por parte de «sabios» de bata blanca creyéndose amos de la vida y la muerte. Por ese motivo habría que abandonar toda forma de experimentos transhumanistas para integrarnos en la naturaleza e impregnarse de los misterios divinos que en ella residen.
Lo fundamental es que formamos parte de un Todo que se encuentra interconectado y proyectado sobre nuestro propio interior, que sólo alcanzaremos a desarrollar si volvemos a la sencillez primigenia. En este elemento clave reside no sólo el encauzamiento e impulso del proceso de «sanación» y «crecimiento» del que nos habla el autor, y que no solamente hay que entender en clave individual, sino que puede generar transformaciones colectivas que nos salven de la destrucción hacia la que se dirige un Mundo Moderno totalmente degenerado y enloquecido. De ahí que Carlos X Blanco nos haga la invitación final a constituir una Nueva Caballería Espiritual, que bien podría calificarse también de una aristocracia del espíritu, capaz de asimilar e interiorizar todas las enseñanzas expuestas para experimentar esa apertura interior en la que, como en todo proceso iniciático, no están exentas las zonas oscuras y los peligros en los que habrá que adentrarse en la búsqueda de ese anhelado Santo Grial que contiene los secretos para la tan necesaria transmutación ontológica del Ser.
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