
Julius Evola y la Edad del Hierro con Eduard Alcántara
Rodrigo Valentín y Silvio Salas
17 Octubre 2025
Eduard Alcántara es una de las personalidades más consagradas en lengua española al estudio de la Sophia Perennis y de los autores perennialistas, tales como René Guénon, Titus Burckhardt, Frithjof Schuon y, especialmente, Julius Evola. Entre sus obras se encuentran El hombre de la Tradición, Evola frente al fatalismo, Julius Evola, intérprete de la Tradición o Tradición, antídoto a la decadencia, algunas de las cuales han sido traducidas a otros idiomas como el inglés o el portugués. Interviene asiduamente en Acción Literaria Dünedain, donde, aparte de la tradición sapiencial, se tratan temas de índole literaria, metapolítica, cultural e histórica, con relecturas frecuentes de la obra de Tolkien. En su vertiente profesional se destaca por su dilatada trayectoria como docente. Es, en definitiva, un maestro en el pleno sentido de la palabra, cuyas reflexiones se pueden leer periódicamente en su sitio web Septentrionis.

Comencemos por dos preguntas, si se quiere, no tan fáciles. Usted habla del infantilismo ubicuo en nuestra época. Es frecuente que entre personas de ideología liberal también se denoste el infantilismo de sus conciudadanos por no tener responsabilidad individual o educación financiera. Sin embargo, su crítica va mucho más allá, ¿podría explicarla brevemente? Por otro lado, se suele afirmar que la vejez es la segunda infancia y dado que es un tópico que nuestra civilización ha llegado a un estado senescente, ¿podríamos decir que la Edad de Hierro es infantil porque es vieja, no tiene el vigor de una infancia genuina? ¿Qué renacer espiritual cabe en un crepúsculo?
El «hombre común» del llamado Occidente parece haber sufrido una especie de regresión a la etapa infantil en su versión propia de la modernidad, que no conoce de la autoridad y de la jerarquía en el seno familiar y en cuyo contexto el niño se ha tornado sumamente caprichoso debido a su malcrianza. Se ha vuelto, el infante de hoy en día, una criatura consentida que quiere todo lo que ve y que desea que se realice todo aquello que, en un momento dado, ambiciona tener… y lo quiere aquí y ahora, sin merma de que al cabo de poco tiempo ya no desee eso sino otra cosa diferente. Esta volubilidad y ese proceder caprichoso los ha hecho suyos el hombre moderno y no digamos ya el actual hombre postmoderno. Se cambia de pareja con una facilidad pasmosa, sin importar, en un sumo alarde de egoísmo, si se tienen hijos a cargo que sufrirán las consecuencias; se desecha el automóvil comprado apenas hace poco para hacerse con otro; se permuta, si la economía doméstica lo permite, el domicilio por una nueva vivienda; la prenda de vestir por la que recién suspiraba ya no le despierta interés, pues se ha hecho con ella, y ahora desea otra diferente…
Sin duda, podemos aventurarnos, sin posibilidad a errar en nuestro parecer, que el momento terminal de la ya de por sí decadente Edad de Hierro por la que estamos atravesando es de un infantilismo incuestionable.
Por otro lado, en cuanto a la cuestión planteada sobre lo infantil y lo provecto habría que considerar que en el mundo de la Tradición el anciano no era el ser al que el mundo moderno le ha asignado atributos de decrepitud, sino que era el que había acumulado conocimientos y sabiduría a lo largo de su existencia y, por ello, al que había que consultar antes de tomar cualquier decisión de cierta relevancia, tanto en el ámbito familiar como en el comunal e igualmente era el que legislaba y llevaba las riendas de sus comunidades políticas. Su templanza, sensatez y saber acumulados durante años les convertían, a los ancianos, en los hombres más adecuados para tal misión. Así, en Esparta la gerusía y en la Roma antigua el senado constituían uno de los principales órganos de gobierno y no eran ni más ni menos que unas asambleas de ancianos.
Si consideramos el transcurrir de una civilización en su periplo vital y echamos mano al estudio que realiza Oswald Spengler de muchas de ellas en su magna obra «La decadencia de Occidente» entonces sí que podemos achacarle a su etapa de decadencia el que ha arribado a su vejez y, en cambio, cuando pasaba por su estadío de esplendor transitaba por su fase, más que infantil, juvenil. Spengler a ésta la denominó como la de «cultura» y a la de declive como la de «civilización».
Respecto a «¿qué renacer cabe en un crepúsculo?», nos remitiríamos a lo expuesto por Julius Evola en su libro Cabalgar el tigre, pues el crepúsculo y los que lo sostienen cuentan con herramientas poderosas para acabar con cualquier tipo de disidencia. Por ello, se trata de no enfrentarlo de cara para no arriesgarse a caer fulminado por él, sino que la postura que se debe adoptar es, parafraseando al maestro romano, la de «mantenerse de pie en un mundo en ruinas», para que si bien no podemos hacer nada para acabar con él, al menos que él no pueda hacer nada contra nuestro ser más profundo y esencial. Se trata, además, de mantener viva la llama del espíritu, para que cuando lleguen, en tiempos venideros, contextos y devenires más propicios esa llama que se la habremos traspasado a otros «hombres diferenciados» alumbren un nuevo renacer, una nueva Edad Áurea.
Usted presenta la figura del señor de sí mismo como alguien que era conocedor de los misterios del cosmos y que concebía a la totalidad del cosmos de manera unitaria. ¿Dónde se encuentra hoy a este señor de sí mismo? ¿Quién puede decir que lo es?
Tan solo nos queda esperar que, entre los escombros de la modernidad más nihilista subsistan «señores de sí mismos» que a buen seguro habrán encontrado pares con los que formar fratría, con el objeto de mantener viva la llama y de que no se rompa ese «cordón dorado» que pensamos que, a pesar de las combustiones destructoras del mundo moderno, habrá sobrevivido desde tiempos remotos, transmitiéndose sin interrupción aunque, seguramente, cada vez entre conmilitones menos numerosos.
El «señor de sí mismo» es aquel «tipo de hombre descondicionado» (Evola dixit) que, como tal, no es esclavo de traumas, miedos, pulsiones primarias, bajos instintos, sentimientos desaforados, pasiones aturdidoras, emociones perturbadoras, egoísmos, tentaciones,… no está encadenado a ellos por haber consumado un arduo y metódico trabajo interior de descondicionamiento, en lo que la tradición hermético-alquímica conoció como la ‘obra al negro’, de putrefacción de escorias psíquicas, o nigredo.
En su obra se discute acerca de las vías de ultratumba evolianas, la vía de los antepasados y la vía de los dioses y de cómo esta última es la única forma genuina de inmortalidad. Sin embargo, ¿no era una creencia entre los antiguos que en el otro mundo o el más allá se reunirían con sus antepasados y desempeñarían la misma actividad que en este, incluso, un poco a la manera joseantoniana, a quien usted menciona, de que el cielo no es un lugar de reposo sino de lucha? Esto se antoja un poco en línea con la vía de la acción, por añadir.
En efecto, la inmortalidad -quizás deberíamos hablar, más adecuadamente, de eternidad- del alma consiste en su fusión -posibilitada porque se ha espiritualizado- con el Principio Primero, Primer Principio o brahman que se halla más allá y en el origen de todo el mundo manifestado. Hablamos, así, del deva-yâna o «vía de los dioses».
Para aquellas almas que no hayan consumado dicha fusión queda la «vía de los antepasados» o pitra-yâna, según la cual el genio o daimon del fallecido, común a su clan familiar, pasa a integrarse en otro miembro de su gens -preferentemente neonato-.
La lucha, en el post mortem, a la que se hace referencia está en relación con la brega que el alma de aquel que en vida ha recorrido, con mayor o menor logro, la vía de la realización espiritual deberá afrontar para hacerse uno con el Principio Supremo o -echando mano de Aristóteles- Motor Inmóvil o, en su defecto, hacerse uno con las fuerzas sutiles que de éste emanan, pero no para «conformarse» con conjugarse eternamente con las mismas sino para aspirar a «dar el salto» y, entonces sí, fundirse con el Primer Principio eterno, descondicionado e inmanifestado; logro espiritual que sólo es concebible en un contexto de lid metafísica.
Albedo, rubedo, nigredo. Estas palabras, que designan colores, al blanco, rojo y negro, refieren a los estadios de la obra alquímica. Usted ha descrito a Julius Evola como Hombre de Acción, y efectivamente fue soldado en la Primera Guerra Mundial y es célebre el episodio en el que él sale a enfrentar su suerte dándose un paseo durante un bombardeo. No obstante, la alquimia nos remite quizás a una actividad estática, contemplativa, donde se está sentado frente al atanor u horno alquímico. ¿Cómo religar acción y alquimia?
De hecho, la alquimia Tradicional fue denominada como Ars Regia -Arte Real-, no «arte sacerdotal»; con la asociación que se puede realizar entre la «vía sacerdotal» y el pasivo contemplar lo Alto con la mera fe y devoción. El vocablo «contemplación» puede connotar, en algunos contextos, «pasividad», pero en términos del trabajo de realización espiritual –via remotionis-, la contemplación no es ni más ni menos que «acción interior», pues no admite pasividad extática -al modo del misticismo- sino esfuerzo para el descondicionamiento al que mencionamos con anterioridad –nigredo-, así como para el desvelamiento del plano sutil de la realidad y su fusión con él –albedo– y, aún más, para el conocimiento de lo eterno e incondicionado y su unión ontológica con éste –rubedo-.
No olvidemos, igualmente, que si se hablaba de Ars Regia se hacía referencia a la figura arquetípica del rey en el Mundo de la Tradición, el cual encarnaba en sí dos funciones: la sacra y la regiodirigente y esta última está asociada a la acción ordenadora de las sociedades que el monarca dirigía.
En un texto llamado Evola frente al fatalismo usted escribe: El catolicismo o helenocristianismo (opuesto al judeocristianismo) se hallaría en una situación de superioridad frente a otra de las Religiones del Libro […]. ¿Cree que este helenocristianismo (quizás en el sentido de síntesis del cristianismo y la tradición europea) ha cerrado su ciclo? ¿Podría reactivarse en el futuro o es dudoso que ocurra?
Los indicios apuntan a que parece haber cerrado su ciclo, pues las potencialidades que en determinados momentos históricos, como en el Alto Medievo, apuntó parecen haberse disuelto en el magma licuoso de la postmodernidad, previo aggiornamento durante la modernidad -sobre todo a raíz del Concilio Vaticano II-. Los valores jerárquicos y guerreros que asumió, durante el s. IV d. C., con el emperador Constantino y al convertirse, con Teodosio «el Grande», en religión oficial del Imperio Romano y que asentó y acrecentó durante el Medievo con la conversión de los pueblos de origen, básicamente, germánico que conquistaron el Imperio Romano de Occidente parecen haber caído en el olvido por la Iglesia actual. Asimismo, en el contexto de la cristiandad medieval y aún, por inercia, durante lo que la historiografía oficial denomina como Edad Moderna fueron emergiendo vetas esotéricas que, por consiguiente, concebían la Iniciación como único camino de remoción interior; aunque desgraciadamente, la Iglesia oficial siempre mostró una convivencia conflictiva con esas vetas iniciáticas y si hay que buscar esoterismo en nuestros días ya tiene que ser al margen de la Iglesia de Roma.
La actual vuelta del cristianismo oficial a los modos y palpitares de la de los primeros siglos de su existencia invita, en efecto, a pensar que su ciclo puede estar agotándose, pues el camino de la elevación ontológica del ser no pasa por la inanidad, lo pusilánime, el igualitarismo filosófico ni el ramplón y falto de pulso pacifismo humanitarista de que hacen gala los actuales prebostes eclesiásticos. Éste, por desgracia, es el camino por el que transita el catolicismo de nuestros tiempos y si dentro del cristianismo puede otearse todavía vitalidad, entereza y resistencia a los signos disolventes de los tiempos presentes tan solo es en el seno del cristianismo ortodoxo.
Sobre Cavalcare la tigre ha dicho que es un libro que rompe con la moral propia de nuestras terminales sociedades (esa moral que ha venido en denominarse como de «moral pequeñoburguesa») y rompe igualmente con las instituciones por ella impregnadas y lo hace de una manera radical y sin ningún tipo de miramientos ni de concesiones. Y ha resaltado que la actitud de Evola tendente a acelerar la caída no vino hasta fecha tan tardía como tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué llevó a Evola a adoptar definitivamente esta posición? También, ¿podría explicar un poco por qué a la ya afamada Kali Yuga o Edad de Hierro se le llama también Edad del Lobo? ¿Tiene que ver con el Ragnarök de la mitología nórdica?
Antes del colapso que supuso el desenlace de la II Guerra Mundial Evola consideraba que a pesar de que el mundo moderno hacía siglos que había desplazado y suplantado al mundo Tradicional, o a lo que quedaba de él, todavía era posible que irrumpiera un nuevo -al decir del griego Hesíodo- «ciclo heroico» que restituyera el Orden Tradicional perdido. Por ello, no cejó de intentarlo y lo hizo buscando rectificar los elementos, conceptos y creencias espurias que la modernidad había inoculado en el seno de los movimientos políticos de tercera posición que, frente al liberalismo y al marxismo, habían surgido, en la mayoría de países, tras el fin de la I Guerra Mundial. Concebía a estos movimientos como portadores de unas actitudes y unas ideas -de orden jerárquico, guerrero y ensalzadoras de valores heroicos y de disciplina y autoridad- con las que era posible todavía emprender una tarea de rectificación de las destrucciones existenciales y políticosociales que la modernidad había provocado. Esa limpia de escorias y subproductos hijos de las revoluciones liberales -empezando por la francesa de 1789- pero que tenían su origen siglos atrás con la filosofía nominalista, con el antropocentrismo humanista renacentista, con el racionalismo, con el empirismo o con el iluminismo …esta, decíamos, limpia de unas escorias de las que no estaban exentos dichos movimientos políticos alternativos al marxismo y al liberalismo la intentó llevar a cabo Evola doctrinalmente -a través de libros, artículos y conferencias- entre las élites políticas e intelectuales de diversos países europeos. Desgraciadamente, el fin de la IIGM hizo imposible tal empeño, ya que, las élites políticas ya eran otras bien opuestas a las que habían dirigido algunos países europeos y las élites intelectuales más propicias a adherir a la cosmovisión Tradicional habían sido perseguidas o, al menos, marginadas y, por esto, su poder de influencia se había reducido mucho.
Ya no era, pues, posible subvertir la subversión moderna y Evola cambió su estrategia anterior por la que nos explica en su obra de 1961, pero que ya hacía años que tenía en mente e iba ideando y pergeñando, Cabalgar el tigre …y como no era posible enfrentarse al poderoso tigre que se había apoderado, definitiva y principalmente, del mundo occidental ahora se trataba de cabalgarlo con el objetivo de que en algún momento se agotase y se le pudiera asestar el golpe mortal definitivo que abriera las puertas de un nuevo amanecer, de un nuevo ciclo humano o, echando mano del hinduismo, manvantara. Se trataba un poco de verlas venir, de adoptar una postura de distanciamiento –apoliteia– ante los avatares del Establishment, siempre al acecho de las fisuras y contradicciones que éste pudiera presentar -y que, consustancialmente a su naturaleza, son muchas- para actuar cuando pudiera ser factible con el objetivo de acelerar la descomposición de la modernidad …y todo esto forjando, al mismo tiempo, una ciudadela interior infranqueable a las disoluciones y enajenaciones alienantes que el mundo moderno causan en el ser humano.
Así es, la Edad del Lobo es una denominación, equivalente a la Edad de Hierro y al Kali-yuga, que proviene de la tradición y de los mitos nórdicos, en los cuales bestias elementales -como los lobos Fenrir y Sköll- se oponen a los dioses Asen y desencadenarán el Ragnarök que portará al «oscurecimiento y ocaso de los dioses».
Se habla poco de la etapa dadaísta de Evola, corriente artística a la que estuvo adscrito. Incluso en Internet se pueden leer teorías tan peregrinas como que su perennialismo sería hasta cierto punto insincero o una especie de performance dadá. ¿Podría contarnos un poco qué extrajo del movimiento de Tzara? ¿Qué vio Evola en él que le resultara seductor?
En su prematura juventud Evola muestra interés hacia movimientos vanguardistas como el futurismo y, especialmente, el dadaísmo. El clima pequeñoburgués que existencialmente se vivía en la Europa de su época le resultaba sumamente asfixiante al barón romano. Por ello, vio en el dadaísmo un romper totalmente con esos convencionalismos pequeñoburgueses y con su estrecha moral. Participó en performances en las que el tipo de decoración de los locales y la música dodecafónica y atonal rompían los esquemas establecidos, sacudían la mente acomodaticia y hacían posible, entre cierto público no avisado y avezado en el dadaísmo, ese objetivo buscado por los dadaístas y que Evola definió en cierta ocasión con la expresión de épater le bourgeois (escandalizar, en su moral conservadora, al burgués).
Los esquemas, dogmas y preceptos rígidos pueden representar un fuerte obstáculo para aquel que pretenda dar el salto de lo ordinario a lo superior: a lo sutil y, más allá, a la pura trascendencia. Para provocar la ruptura con dogmas y convencionalismos inhabilitantes para un trabajo interior el dadaísmo podía servir, pero más allá de ello esta corriente vanguardista no tenía nada que aportar …resultaba nada más que nihilismo puro y duro …y un Evola que cada vez tenía más claro que su vocación era la de la búsqueda de lo suprasensible no tuvo por menos que abandonar el movimiento y el arte dadás.
En su obra Imperialismo Pagano, Evola afirma tajantemente: «Il cristianesimo è alla radice istessa del male che ha corrotto l’Occidente. Questa è la verità, ed essa non ammette dubbio». Sin embargo, en su etapa de madurez, particularmente en Il Cammino del Cinabro, su autobiografía intelectual, matiza dicha postura y reconoce aspectos positivos del cristianismo, particularmente en su forma católica romanizada. ¿Podría explicar cómo evolucionó la visión de Evola respecto al cristianismo a lo largo de su vida?
Ya hemos hablado acerca de ello cuando se nos ha preguntado, con anterioridad, acerca de si el cristianismo había cerrado su ciclo. Sin duda, para nuestro gran intérprete romano de la Tradición, el cristianismo en el Medievo admitió órdenes de monjes guerreros, predicó Cruzadas desde Roma, se incardinó en la idea de Imperio (el Sacro Imperio Romano, que fue su denominación oficial, es un claro ejemplo de ello; no debemos obviar, eso sí, el conflicto que estalló entre gibelinos y güelfos), reconoció el orden jerárquico estamental y por todo ello no resultó reconocible con respecto al subversivo cristianismo de los orígenes.
Las críticas que realiza al cristianismo no se enfocan precisamente al de la época medieval. Así, se le puede leer que «se reprocha al catolicismo que no haya sido capaz de hacer suya una elevación ascética, al estilo del espíritu del mejor Medievo de los cruzados, sino que, por el contrario, haya descendido a un nivel mediocre y, en el fondo, burgués y mezquino» (undécimo punto de su opúsculo Orientaciones, de 1950).
De todos modos, a principios de los años 40 de la pasada centuria nuestro autor no había perdido la esperanza de que la Iglesia pudiera rectificar ciertas dinámicas. Lo cual se puede comprobar al leer pasajes del artículo que escribió tras su estancia en la cartuja alemana de Hain, en febrero de 1943: «…no buscando compromisos con el pensamiento moderno e incluso con las ciencias profanas de hoy en día, sino desapegándose decididamente, insistiendo tan solo en el punto de vista de la ascesis, de la pura contemplación y de la trascendencia, que la Iglesia podría quizás, dentro de determinados límites, volver a convertirse en una fuerza y asegurarse así una inviolable autoridad».
Coméntenos un poco sobre las diferencias entre Guénon y Evola en lo tocante a cuestiones como la masonería (dotada de un carácter iniciático en origen para el primero, antitradicional para el segundo) o el involucramiento en política (uno dedicado a la pura metafísica, otro en la órbita de grupos como las SS).
René Guénon creía que en determinadas obediencias masónicas de las que existían en su época pervivían ritos y técnicas que hacían posible la interior via remotionis. Sostenía que, a diferencia de otras obediencias, su vinculación con la masonería tradicional operativa anterior al s. XVIII no se había roto. La realidad acabó haciéndole cambiar de opinión y cesó su relación con la logia. Evola, por el contrario, sostuvo, desde siempre, que a raíz de la creación de la Gran Logia de Inglaterra (1717) y de sus Constituciones de Anderson (1723) la masonería en su totalidad, ya meramente especulativa, se había convertido en un vector de subversión antitradicional, iluminista, racionalista y liberal o protoliberal.
La obra y el accionar de Guénon se puede decir que se enmarcan en el ámbito de la «metafísica pura» y de él no escapan. Es por esto por lo que se asocia con lo contemplativo y con la figura y del sacerdote, del brahman del hinduismo. Evola, en cambio, responde a una ‘ecuación personal’ marcada por la acción y esto le acerca al arquetipo del guerrero, del kshatriya. Con esta forma mentis se sintió siempre impulsado a intentar influir en el entorno político y cultural que le tocó vivir y en él se involucró, especialmente hasta el fin de la IIGM, por tal de rectificar sus dinámicas regresivas y aspirar a hacer (siguiendo las enseñanzas de La Tabla Esmeraldina, de Hermes Trismegisto) de lo de aquí abajo un reflejo de lo de arriba, es decir, aspirar a edificar y construir instituciones políticas y ordenamientos socioeconómicos y a elaborar legislaciones –ius sacrum– que fueran, en su plasmación político-institucional en forma de Regnum o Imperium sacros, un reflejo del Orden macrocósmico, regido por el Dharma, por el Logos, por la Ley Divina.
¿Podría proponernos una lista de lectura para alguien que desee conocer el pensamiento evoliano? Quizá comenzar por un texto accesible y breve como Orientaciones.
Sin duda, primero estaría bien leer, por su contenido y poca extensión, Orientaciones, para pasar a Los hombres y las ruinas, por representar una especie de desarrollo que de la primera obra se hace y tratarse de un libro, diríamos, más político y, por ende, de más fácil comprensión. En este punto se podría echar mano a El camino del Cinabrio, pues tras las lecturas anteriores ya se tendría una bastante buena comprensión del mensaje de Evola y esta autobibliografía podría ayudar a mejor situar en contexto el resto de libros a leer. Después, en la misma línea política de los dos primeros libros, se podría echar mano de El fascismo visto desde la derecha, con notas sobre el III Reich (Más allá del fascismo, en su versión castellana). Ahora le tocaría el turno a Revuelta contra el mundo moderno (en castellano editado como Rebelión contra el mundo moderno), su considerada obra magna.
Leídos éstos, ya podríamos adentrarnos en sus libros más técnicos, por tratar doctrinas y/o temas más específicos de corte sapiencial y/o doctrinal, como La tradición hermética, El misterio del Grial y la tradición gibelina del Imperio, La doctrina del Despertar. Síntesis de ascesis budista, El yoga tántrico (Lo yoga della potenza, en versión original) o Metafísica del sexo. La lectura de libros como los dos últimos señalados nos hará más comprensible, ahora, la de Cabalgar el tigre.
La lista de libros de Evola es numerosísima en italiano, pero en castellano también se han editado bastantes más obras de las aquí indicadas, muchas de ellas recopilatorias de temáticas concretas, de autores o temas variados o de revistas y diarios en los que trabajó.
(c) El Vórtice