Hoy reseñamos con las debidas cautelas el libro “El hombre tradicional” de Eduard Alcántara, editado por la editorial EAS. Y decimos con las debidas cautelas por cuanto tratando el libro dos grandes temas: la crítica a la modernidad, y la concepción del hombre de la tradición, en su crítica a la modernidad el autor muestra una aguda visión, realizando de forma perfecta su rechazo al mundo moderno y su militancia “antirrevolucionaria”, no así en su concepción del hombre tradicional, por cuanto como tradicionalista de la hispanidad (léase carlistas) hemos de discrepar de su forma de entender la tradición.
Tal y como acertadamente defiende el autor, en la actualidad vivimos en la edad de barro de la profecía de Daniel (la edad del lobo de las sagas nórdicas, o la edad oscura de los hindúes). El progresismo, el liberalismo y la democracia han destruido la sociedad natural, han sumido al hombre en una época oscura, han ocultado el camino de la tradición, y han dejado al hombre abandonado a sus instintos animales. La vulgaridad, la ramplonería y el enfermizo apego a lo materia del que es víctima el hombre moderno (el “hombre ordinario”) distancian las virtudes modernas de las virtudes tradicionales, que constituyen el antídoto idóneo ante las dinámicas disolventes de los tiempos presentes.
Tal y como describe Alcántara, la tradición es una forma de entender y de vivir el mundo y la existencia que ha empujado al hombre a encauzar todo su quehacer cotidiano hacia fines elevados, suprasensibles, metafísicos … y le han llevado a configurar tejidos sociales, culturales, económicos y políticos guiados e impregnados hasta la médula por dichos valores superiores dirigidos a la aspiración de la consecución de un fin supremo, y transcendentes. Precisamente esa negación del mundo tradicional ha propiciado que el hombre moderno se encuentre perdido, sin rumbo y sin asidero, y como árbol que ha sido muchas veces trasplantado finalmente no puede crecer.
Es esa falta de tradición la que imposibilita al “hombre ordinario” la percepción de la armonía, del orden, de la belleza de lo natural. Para Eduard Alcántara, frente al hombre de la tradición se alza el “hombre fugaz” representativo de nuestros tiempos en los que el relativismo se ha erigido como una de sus señas de identidad; nada se salva de ser objeto de discusión hasta en su misma legitimidad y esencia, así los nuevo iconos que se colocan en lugar de las referencias tradicionales suelen tener una existencia efímera. Para la modernidad no hay verdades absolutas incontestables, ni valores que de ellas dependan.
Tal y como describe Alcántara el “hombre fugaz” no se siente jamás satisfecho, vive en continua inquietud y convulsión, su vacío existencial es inmenso y nada le llena, ocupando su tiempo con superficialidades consistentes en tener, poseer y consumir, nunca en ser. En este sentido el autor muestra su agudeza al afirmar que el “hombre fugaz” se mueve en el aquí y el ahora, mientras que el hombre tradicional desde el ayer piensa en el mañana, encontrándose el principio de nuestra corrompida sociedad en el engendro racionalista que prepararó el terreno intelectual para la nefasta Revolución Francesa consistente en el accionar autónomo de una razón que dejará de admitir la existencia de ningún plano metafísico y espiritual.
En esta realidad relativista Eduard Alcántara muestra cuál es el camino a seguir por el hombre tradicional: el combate. Efectivamente, citando a San Agustín nos recuerda la necesidad de combatir sin tregua “Combate sin tregua, No temas a ningún enemigo externo; véncete a ti mismo y el mundo será vencido … Hablo con luchadores: los guerreros me entienden; no me entiende el que no guerrea”
Pero tal y como referimos en el inicio de esta reseña los tradicionalistas hispánicos tenemos que discrepar de la concepción que el autor hace de la Tradición. En este sentido Eduard Alcántara comete, a nuestro modo de entender la tradición, los mismos errores que ya Elías de Tejada denunciara en la doctrina de Julios Evola. Efectivamente, al “Fin Supremo” y a lo “Trascendente” defendido por el autor, nosotros tenemos que contraponer la única verdad: DIOS. Evidentemente desde la tradición siempre hemos defendido que se llega a Dios por la milicia, por el combate, pues nosotros (a diferencia de lo mantenido por el autor) no llegamos a Dios por la fusión con lo transcendente, no llegamos a Dios por medio de la vía del tantrismo hindú, sino por el reconocimiento de la verdad dualista: Creador/ criatura. En este sentido para la salvación de nuestra sociedad no es necesario recurrir a “tradiciones orientales” pues la solución está en restaurar los valores del occidente cristiano, de ese occidente que lo hispánico supo defender en solitario durante los siglos XVI, y XVII, ante la claudicación europea, y que los carlistas hemos seguido defendiendo hasta la actualidad.
Alcántara concibe la tradición como fuera de la historia, y nosotros concebimos la tradición como realidad dentro de la historia, por ello nuestra defensa de los elementos locales, y forales; la tradición hispana defendió la globalización de los valores, pero nunca el globalismo de las costumbres, de las modas, de las esencias de los pueblos. Para nosotros la tradición es el fruto de una historia, de unas costumbres, de unos condicionantes, siendo la riqueza de las tradiciones la que posibilita el recorrer el único camino de la salvación: Cristo.
Por ello dijimos que abordábamos con cautela la reseña del libro “el hombre de la tradición” aconsejando a nuestro lectores la lectura de la espléndida obra de Eduard Alcántara, pero siendo conscientes que a pesar de su magistral denuncia del modernismo y postmodernismo, desde el tradicionalismo carlista no podemos defender ninguna fe tántrica como camino de salvación, siendo el único camino el de la divinidad de Cristo interpretada según a la luz de la doctrina tradicional del catolicismo, y no a través de desviaciones doctrinales, por muy renombrados que puedan ser sus defensores.
Artículo extraído de: https://www.tradicionviva.es/2020/12/26/el-hombre-de-la-tradicion/