(…) «Ni por mar ni por tierra, encontrarás el camino que lleva a la región de los hiperbóreos», sintetiza todo el tema. Y esto fue así sin que yo mismo supiera hasta qué extremo, porque en esos años desconocía que el camino era hacia los hiperbóreos. Lo desconocía en mi conciencia, habiendo transcrito en la primera edición un verso de Píndaro que aparece en una obra mal traducida de Nietzsche (El anticristo): «Ni por mar ni por tierra encontrarás el camino que lleva a la región de los eternos hielos». En verdad era «a los hiperbóreos». Hoy lo sé también con mi conciencia.
Hace casi treinta años, entonces, me hallaba en el mismo sendero del que no me he salido más, buscando el continente hiperbóreo desaparecido, la entrada a la Ciudad de los Césares, el oasis en los extremos polares de la tierra y el retorno a los orígenes legendarios de América, que fuera llamada Albania, hace miles de años, la blanca, la de los dioses blancos, el hogar primigenio, la estrella de los comienzos.
Creo ser el único escritor en América que ha tratado este tema desde siempre: América, continente de los dioses blancos. Mis años en India fueron solo una continuación de la búsqueda en profundidad y extensión. Arriba, abajo, adentro, en el horizonte dilatado. Los dioses blancos son los hiperbóreos. Hiperbóreo quiere decir más allá del dios Borea, del frío y de las tormentas, los divinos inmortales que vivieron en un mundo ya desaparecido, en la Edad de Oro, y a los que todos los signos y las leyendas se refieren como habitantes primeros de esta América nuestra. Kontiki, Virakocha, Quetzaltcóatl descendían de esos dioses blancos. Su verdadera presencia corresponde a la antehistoria de nuestro mundo, a un prólogo a la historia. Ellos son los primeros moradores de estas regiones extrañas, donde aún se presiente el gran aliento de los divinos ocultos en la roca de los Andes. Ellos son los gigantes a que hago referencia en esta obra.
Es solo imaginándolos y en la búsqueda sin reposo de su morada, en la seguridad de su resurrección, donde aparece la puerta de salida al drama americano y la transfiguración del paisaje del sur del mundo.
Sé que para mí no ha existido otra América sino la de los dioses blancos, la de los gigantes milenarios. Lo otro, el pasado y presente inmediatos, es la tragedia de las razas moribundas, digeridas, destrozadas por el paisaje que no les pertenece, que no puede alcanzar su grandeza. Es la vida desconectada del paisaje y de los guías divinos de otros tiempos, los dioses blancos, a los que se alcanza en la «transmutación de todos los valores», en la mutación y transfiguración de una alquimia biológica y del alma. La historia actual de América es la de la mezcolanza de los esclavos de la Atlántida (o de la Lemuria) librados a un arbitrio imposible, sin los guías de antaño. La transfiguración del paisaje y la mutación de algunos se hará posible en el reencuentro de esos dioses y gigantes hiperbóreos, que aún residen en las cumbres sagradas, en el hallazgo de su Ciudad, de los oasis antárticos.
Ningún otro escritor ha desarrollado, creo, en su obra y en su propia vida, el tema de esta búsqueda esperanzada, real y a la vez simbólica. Lo digo sin pretensiones, porque nada de esto me pertenece, habiendo sido como dirigido, o como si en un eterno retorno hubiera estado siempre en esta gloria y en este drama.
Miguel Serrano, Montagnola (Suiza), diciembre de 1977
Miguel Serrano

Nacido en Santiago (Chile), Miguel Serrano fue diplomático, explorador, poeta y escritor chileno, pertenece a la generación literaria de 1938, en la cual también se encuentran otros escritores chilenos como Héctor Barreto, Guillermo Atías, Eduardo Anguita, Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa. Fue embajador en la India, Austria, Yugoslavia y acreditado a su vez en Rumanía y Bulgaria; y asimismo Embajador ante el Organismo Internacional de Energía Atómica y ante el Organismo de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (UNUDI). Desde 1939 a 1945 fue editor y director de la revista “La Nueva Edad”. En 1947-48 viajó a la Antártida, con el secreto objetivo de encontrar los Oasis de aguas templadas, formando parte de la segunda expedición chilena al continente helado, ocasión en la cual el ejército chileno puso su nombre a una montaña, por ser el único expedicionario civil. Su apoyo decidido a las potencias del Eje durante la Segunda Guerra Mundial le valió ser incluido en las «listas negras» del mundo llamado «democrático». Sin embargo, y a pesar de ello, después de su viaje a la Antártica –en busca de la base alemana de esas regiones subpolares–, fue nombrado en 1953 representante de Chile en la India, donde intentó descubrir las entradas al monte Kailás, antípoda del Melimoyu, que se encuentra en el sur patagónico chileno. Fue amigo de muchos yoguis en la India. Amigo personal de Nehru, de Indira Gandhi y del Dalai Lama (habiendo sido el único extranjero que le recibiera en los Himalaya cuando éste escapara de la invasión china del Tibet). Perteneció al “Círculo Hermético”, formado por C. G. Jung, quien le prologó “Las Visitas de la Reina de Saba” (la única vez que diera un prólogo para una obra puramente literaria), y Hermann Hesse, en cuya casa de la Suiza italiana, la Casa Camuzzi en Montagnola, vivió por diez años, una vez abandonada la diplomacia, para seguir investigando y allí se dedicó a escribir algunos de los libros en los que revela todo su conocimiento sobre el «hitlerismo esotérico». Ha buscado incansablemente las ciudades secretas y encantadas de Shamballa y Agartha en los Himalaya, así como la Ciudad de los Cesares en los Andes, habiendo intentado proponer a Ana Reisch, la famosa piloto de pruebas del Tercer Reich, un vuelo para penetras en la Tierra Hueca por el Polo Sur. Siguiendo las huellas de Otto Rahn, ha visitado las ruinas de MOntsegur en los Pirineos y las cavernas de Sabarthe. Desde San Juan de la Peña continuó hacia el Camino de Compostela que, originalmente, llevaba hasta el Crómlech de Stonehenge, de Gran Bretaña. Fue también amigo del investigador del catarismo René Nelli, profesor de la universidad de Tolosa y del poeta Ezra Pound, habiendo sido promotor para la contrucción del único monumento que existe en el mundo dedicado a Pound, en Medinaceli (Soria), el cual se inauguró con la presencia de Olga Rudge, su mujer, y del príncipe veneciano Ivancici. Radicado finalmente en Chile desde 1980, su último lugar de residencia fue la ciudad de Santiago, donde murió el 28 de febrero del año 2009 a los noventa y un años, sin haber nunca dejado de luchar por sus mismos ideales, a pesar de saber que el Kaliyuga se aproximaba a su final irrevocable. Sus obras se hallan publicadas en todas las lenguas más importantes: español, inglés, alemán, francés, italiano, portugués, además de holandés, turco, griego, japonés, esloveno, persa y serbio.
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