En El Dios venidero de Nietzsche, la autora demuestra que el lado “destructivo” y “nihilista” del pensamiento de Nietzsche fue en realidad sólo un martillo que Nietzsche usó para destruir las “mentiras milenarias” del judeocristianismo, una necesaria –aunque transitoria– etapa que precedió a su última creación: el Superhombre, una encarnación del dios en ciernes… el dios venidero.
Contrariamente a la creencia popular, Nietzsche fue tanto un espíritu libre como un pensador profundamente espiritual que acogió la muerte del falso dios –el dios que maldice y niega la vida– no como un fin en sí mismo, sino como un preludio del renacimiento de lo divino. De hecho, aunque Nietzsche era un ateo declarado, también era “el más piadoso de los impíos”, como se describió a sí mismo en Así habló Zaratustra. Nietzsche soñaba y auguraba un nuevo modo de divinidad y una nueva esperanza para la humanidad que, habiendo rechazado tanto el dogma religioso oscurantista como el dogma racionalista cartesiano, estaría en la búsqueda de la eterna autoperfección y autosuperación. La muerte del dios del monoteísmo abrió así el camino a una nueva visión panteísta y pagana de lo divino, anunciando un “dios por venir” más allá del bien y del mal, un dios que afirma y bendice la vida. El dios venidero de Nietzsche no es otro que Dionisio renacido, o la redención de lo divino.