El mito racial de una consanguinidad helénico-germánica ha constituido un potente elemento cultural desde los siglos XVIII y XIX, hasta el punto de conformar un filón en absoluto secundario del pensamiento, la poética, la filología y la historiografía, con la aportación de talentos de alcance universal. La moderna Kultur germánica, precedente a la actual fase de desintegración de toda capacidad creativa, ha surgido nutriéndose profundamente de aquel mito viviente. Icono indoeuropeo de este transfert helénico-germánico es Dionisos, el dios del pueblo, el dios del poder intuitivo y de la fuerza creativa, energía telúrica y movilizadora que exalta la libertad del alma oculta frente al espíritu lógico y racional. Dionisos es la correspondencia de Wotan y Ṣiva, representando el torbellino que debe destruir el mal para dar orden al bien.
Este dios cela una identidad germánica que, como vaticinó Nietzsche, encontraba su fuente y su destino en la tragedia dionisíaca y en la sabiduría délfica.
Teniendo presente todo esto, se puede decir que la mística de la democracia étnica en la Atenas clásica ha conocido en la historia moderna una única realidad política a ella estrechamente parangonable, dado que la estructura totalitaria del Tercer Reich estaba fundada sobre los mismos presupuestos del antiguo imperio ático: exclusivismo identitario, ciudadanía como privilegio racial, participación militante en la política, imperialismo militarista, Führung carismática y sociedad de rangos corporativos. El conjunto, enmarcado en una potente cultura del mito, de la tradición y del heroísmo popular, aquello que Nietzsche reclamó con la figura del dios del sacrificio y del arraigo al suelo: Dionisos, terrible y a la vez magnífico.
En el momento histórico en el que la simple falsificación y la creciente ignorancia conjuran para que nuestros orígenes resulten ofuscados y acaben por ser olvidados con el fin de provocar una definitiva pérdida de identidad en los pueblos europeos, relanzar en la mente y el corazón de los europeos el orgullo de pertenencia a partir del prestigio de las raíces clásicas tiene el valor de un acto no sólo cultural y metapolítico, sino propiamente ideológico y político. Y eso se puede lograr a través de múltiples vías.