La editorial EAS nos tiene acostumbrados a títulos que unen al valor de salida el plus de lo infrecuente. Autores clásicos y contemporáneos que no encontrarían editor en España por lo arriesgado de sus propuestas (sobre todo en el ámbito del ensayo), o lo políticamente incorrecto de sus planteamientos, tienen en aquella casa un referente seguro. Lo que vale, sale. Es esta una devoción muy de agradecer a EAS y su alma mater, el inquieto y paciente editor Manuel Quesada, una de esas personas convencidas de su tarea, inasequibles a la desmoralización y por completo impermeables a modas y conveniencias. Si un libro necesita editor y Manuel considera que ese editor es él, antes se agota el papel para el Boletín Oficial del Estado que ese mismo libro quede inédito. A eso, en mi pueblo, se le llama tenacidad.
De vez en cuando tienen los chicos de EAS la virtud (el acierto), de unir a su esmero profesional el sentido de la oportunidad, y nos ofrecen títulos que sobre ser necesarios vienen avalados por el éxito en otros países. Tal fue el caso de La sociedad abierta, de Diego Fusaro, débito inexcusable con el pensador que más “jaleo” ha organizado en Europa en los últimos tiempos. Y otro pleno: Coraje, de François Bousquet, un ensayo que ha vendido muchos miles de ejemplares en Francia, Bélgica e Italia antes de llegar a las librerías españolas.
A la vista del éxito de Coraje y otras obras en la misma línea, así como de programas de TV, radio, revistas digitales y en papel impreso, canales de vídeo, etc, hay quien se pregunta si existe un auge del pensamiento y el ensayo nacional-populista. Yo creo que, en efecto, se está produciendo un auge: el de la disidencia ideológica, tanto en el entorno del pensamiento oficioso de la intelectualidad en occidente durante el pasado siglo (es decir: el marxismo con todos sus “ismos”), como en la teorización “conservadora”, la derecha teórica y mediática que ya no puede soslayar por más tiempo (porque no es razonable y porque no le conviene), el análisis desapasionado del triunfo doctrinal izquierdista en las últimas décadas.
La cuestión puede hacerse muy compleja, pero el enunciado es bien simple: ¿cómo es posible que al análisis metódico y “científico” de la realidad que supone el marxismo (en teoría irreprochable), le corresponda una práctica desastrosa, cuando no indecente? ¿Y cómo es posible que, a pesar de los reiterados y aparatosos fracasos de esta teoría, incontables gentes más o menos concienciadas, más o menos movilizadas, continúen adhiriéndose a esa propuesta de análisis y de gestión de la realidad?
François Bousquet lo tiene claro, tan claro como lo tenía Fusaro en La sociedad abierta. El marxismo como método de análisis social e histórico, por condicionantes precisamente históricos, habría sido vampirizado y desvirtuado por una minoría burocrática en el primer Estado “de izquierdas”, la URSS; degradado hasta lo inane y convertido en ideología de poder con una sola utilidad: mantener el liderato de aquellos burócratas que vivieron opulentos y despóticos sobre la miseria de sus pueblos y las ruinas de una teoría que, nacida “liberadora”, acabó como coartada reaccionaria para dictaduras impresentables, también como nutriente propagandístico del imperialismo soviético.
Bousquet se rebela contra este desafuero y llama la atención a sus compañeros del “nouveadroitchisme” europeo: Gramsci es el referente. Intelectual de izquierdas, cierto. Comunista por más señas. Ejemplo de temeridad vital e integridad intelectual. De él dice Bousquet que “es el santo Job de la izquierda”. Enclenque, enfermo, despojado de su familia, preso, mísero, jamás se rindió, nunca dejó de escribir y producir teorizaciones de futuro para el movimiento; nunca se resignó, no se plegó a ningún dogma, revolucionó el marxismo desde dentro, le dio la vuelta como a un calcetín para instaurar “la política” como determinante en última instancia de todo avance y todo progreso (en contraposición a la célebre “infraestructura económica” del marxismo académico); y dentro de la esfera decisiva de la política, estableció el principio de hegemonía como elemento imprescindible para la conquista del poder.
Sin ese poder, no puede cambiarse nada, nos dice Bousquet. Y el poder no se alcanza sin haber conquistado antes la hegemonía cultural. Por eso es necesaria la insurgencia, la lucha continua, la rebeldía como método, el coraje como actitud impostergable ante la vida.
Gramsci (enfermo, preso, moribundo, excelso… o como diría Alejandro Sanz: derrapando, medio muerto, sucio, cansado, gastado, herido, dolorido, sonriendo), es el paradigma de ese coraje al que nos exhorta uno de los principales pensadores de la nueva derecha francesa. No es el primero en cursar tan insólita invitación, pero es el que con más entusiasmo lo hace. Yo creo que merece la pena averiguar el porqué de este fervor y el porqué de varios porqueses: por qué hay un clamoroso renacimiento de las teorías nacional-populistas, del pensamiento neo-conservador, de la disidencia antidogmática izquierdista. El origen puede estar en el mismo Gramsci o en los epígonos de Gramsci. O en agotamiento de un modelo ideológico que hace mucho que no mueve molino, o de las masas cansadas de dar vueltas en torno a la misma historia de siempre para obtener los resultados de siempre: nada.
No es obligatorio leer a Gramsci, pero convendría volver a sus escritos. Tampoco es obligatorio leer Coraje, de François Bousquet, pero la apuesta de originalidad y la emoción creativa de su autor merecen ese premio.
Fuente: https://posmodernia.com/resena-de-coraje-manual-de-guerrilla-cultural/