Declaración contra la modernidad y su ser humano vacuo
Para ir a lo más profundo del Ser humano, allí, en su Ser, su sentir, es necesario pensar su existencia experiencial-terrena como unidad: es decir, como potencia desarrollada realmente en nuestro mundo. Semejante afirmación no niega la existencia de un vivir después de la muerte física, sino que concebir al Hombre como unidad es realizar una filosofía que se esfuerza en conocerlo y entenderlo en su radicalidad; en que es cuerpo y espíritu, pero aquí, en el mundo, donde es uno.
Acontece pues, que una de las primeras definiciones que resultan del pensar al Hombre como Unidad Cuerpo-espíritu, es su inexpugnable condición de existencia radical: que es un aquí y un ahora trascedente, finito, pero a la vez indefinido. El Ser Humano es la experiencia encarnada del tiempo histórico.
Ahora bien, valido es precisar que No es un aquí y un ahora en el sentido existencialista, ni hedonista, ni nada que se asemeje a un pensar que encapsula al Hombre en una inmanencia (encerrado sobre su propia existencia y conciencia). Sino que, afirmar que la existencia del Hombre es un aquí y un ahora, es afirmar que es aquí, en el mundo material y corriente. Y que es un ahora, en el momento indefinido de su vivir como Unidad. Esto quiere decir que la Unidad cuerpo-espíritu es una conjunción: el cuerpo no va por un camino y el espíritu por otro pues son a la vez, uno con el Ser.
Es importante ser insistentes en referirnos al Hombre como unidad, ya que asumir esta premisa radical de existencia, trae consigo también, a propósito, un cambio de mirada sobre el cómo abordamos las preguntas fundamentales acerca de qué es el Ser humano; qué es lo que está más allá de la naturaleza y la existencia del Ser humano; qué es el mundo, las cosas, y tantas otras preguntas que la filosofía como ciencia, ha intentado exponer casi como una suerte de faro o guía para las otras disciplinas propias del conocer y entender humano.
Con todo y a pasar de todo, usted puedo cuestionar: ¿por qué es tan radicalmente fundamental hablar del Ser hombre como unidad? Porque al verlo, pensarlo y concebirlo como unidad nos cambia las perspectivas en el ejercicio del conocer y entender su vivir.
Pero vamos por parte: en un primer momento, se ha pensado al Ser humano como una dualidad (la separación cuerpo espíritu; el mundo sensible e inteligible), cuestión falaz pues el Ser humano es un Ser humano, solamente expresado en su potencia aquí, en el mundo. En efecto, el Ser humano, al ser Potencia[1], únicamente puede medir su potencia mientras vive, mientras es. Si hablamos de la existencia luego de la muerte, por ejemplo ¿sigue siendo factible hablar de Ser Humano? Ciertamente que no. La pregunta anterior es atingente por cierto a mantener cuidado con la sensibilidad religiosa, manifiesta en millones y millones de seres humanos.
Sin embargo, mi asunto no está situado en afirmar una negación a priori del pensar y reflexionar la vida humana después de la muerte, porque aquella situación radical, es para nosotros, en nuestra naturaleza, un tremendo misterio. Dejemos ese pensamiento íntimo y complejo, en las certezas radicales de las cuales cada uno se juega y se presta a vivirla. A pesar de que pueda estar dicho y manifiesto, revelado en las sagradas escrituras, es conveniente, en términos absolutamente filosóficos, mantener concentración y ocuparnos de definir al Ser humano en un ejercicio vital y magnífico por reencantarnos por lo concreto[2]. El mundo hoy está encantado por lo fútil, ligero y falso: encantarnos por lo concreto no es entonces reflexionar sobre un mundo inerte y estático; sino que es asumir la realidad y las cosas que realmente existen sin sesgos ni falsedad; es asumir la cruda y pura realidad. Por lo tanto: todo pensamiento que sostenga la dualidad del Ser humano o incluso fundamente dicha dualidad en experiencias extramundantes[3], corresponde a un pensar desfasado, idealista, por tanto, obtuso.
Interesa pues, como he manifestado y seguiré haciéndolo en los momentos de momentos en este texto, que pongamos nuestra máxima atención al Ser humano entendiéndolo como unidad.
Si no hay tal cosa como la dualidad, y el cuerpo no está separado del espíritu, es momento de comentar otras formas en que el hombre ha sido definido en la historia de la filosofía.
Hay un momento en la filosofía en que se intentó romper con la dualidad idealista, acontece más claramente en siglo XIX y que Nietzsche advertiría con su canto nihilista. Es entonces el momento del positivismo: aquí la cosa misma pasa a ser glorificada y lo espiritual pierde sentido, se esfuma como un elemento ya exhumado, carcomido por la determinación de los hombres por ocuparse única y exclusivamente por lo visible, lo positivo. El positivismo está al otro extremo del dualismo metafísico. El positivismo también posibilitó que la ciencia se volviera un hacer sin Dios: claro está, todo principio metafísico había perdido, aparentemente, capacidad de conmover a los hombres: sus acciones, ya no tenían el peso, el vigor, de lo que en otro tiempo fue grande y causa de guerra. Ya no era suficiente la metafísica idealista, sino que ahora importaba lo concreto en tanto que concreto. Lo que es en sí mismo es, un sí mismo.
Se olvidó pues la ciencia, o mejor dicho, los hombres que hacen ciencia, que la filosofía aportaba las categorías primeras que luego, evidentemente, servían para sostener una reflexión profunda acerca del mundo y del propio Ser Humano: pero ese filosofar que aportó ideas madres, lógicas, sistemas de categorías para ordenar, conocer y entender la realidad, traspasó luego el peso de la prueba a una ciencia positiva. La ciencia positiva es la que se funda en la duda eterna y no en una duda metódica; en la imposibilidad de certezas. ¿Qué significa entonces lo positivo? Lo positivo es aquello que existe en la realidad, es aquello que puede estar allí en el mundo; podemos ser nosotros mismos, aquello que es concreto. Lo positivo es sumar dos y dos: ¿qué hay en el trasfondo o en el interior del dos más dos? En lo concreto y medible suman cuatro. Pero dos, significa un símbolo que en el lenguaje significa un número. El cuatro, es otro símbolo y otra expresión, pero que tampoco evoca algo más que eso, un símbolo concreto que carece de interioridad o trasfondo metafísico. Estamos hablando de un proceso de registro concreto[4], donde se analizan resultados, clasificaciones, mediciones, no conjeturas ni abstracciones. En definitiva, toda esta narrativa se puede resumir en un racionalismo positivo: la razón es en concreto, una guía para definir y dar sentido a las cosas en virtud de la materia y lo concreto.
Ese racionalismo positivo que acabo de mencionar es la fórmula por la cual el sentido ya no tiene que ver con un camino, un propósito; algo que refiere al misterio que envuelve el Ser de las cosas y del Ser Humano, sino que ese sentido, es ahora la utilidad. En tanto las cosas presten al hombre utilidad, tienen también sentido. Esto es el problema del uso.
Más hoy, de la nefasta dualidad, de la concreción positiva, al momento de la existencia o el recuerdo insufrible del Cogito ergo sum, debemos preguntar sobre qué es el Ser Humano en el momento actual. ¿Qué es el hombre? Angustia dice el existencial, ¿Qué es radicalmente la existencia humana? Un momento, una concreción estructural y cambiante dicen los relativistas. Otros más aventurados refieren que es un fluir: una singularidad lingüística. Note usted la decadencia del sistema del pensamiento occidental, que ha pasado de la verdad absoluta del realismo metafísico aristotélico, a la expresión filosófica de un hombre que únicamente es movido por ese fluir que es también el deseo, el deseo como fundamento doctrinario y práctico. Así mismo se niega la premisa marxista del “producir e intercambiar” lo producido ¿pues que se produce y qué se intercambia hoy? Allí existe una reflexión interesante pues esa dinámica desbordó el orden de cosas existentes: todo es lícito, todo hacer humano es permitido. El hombre es ahora, en línea con esa súbita decadencia, ni un ser biológico, pues está, “a priori”, constituido y chantajeado vilmente por las “relaciones sociales”. ¡El hombre es una construcción social! grita el deconstruido que repite y repite el discurso de odio al mundo real.
Enseguida, luego de que la retórica mentirosa sobre la naturaleza del Ser Humano demostrara por sí sola su incoherencia esencial: a saber, que no hay tal cosa como el mundo sensible e inteligible (como cuerdas separadas) y que la inteligencia sentiente del Hombre lo situaba en un mundo unitario y absoluto, se define con ello que el Hombre es potencia de sentir, o sea, sensible e inteligente a la vez: el hombre piensa y existe continuamente, es una potencia biológica que es real y de realidad, es potencia física, es una potencia radical, un Axis. El Ser Humano es pura y franca potencia-realidad.
[1] Del latín Potentia; cualidad de aquello que tiene la facultad de ejercer poder. Operaciones, haceres, coordinaciones, relaciones sociales, etc. El Hombre, en nuestra realidad, es una abertura al mundo, una potencia que se desarrolla, es decir, una potencia que se expresa en la finitud del existir.
[2] Uno puede concebir la realidad a partir de unidades del conocimiento fundadas en concepciones abstractas, o puede hacerlo también, de manera concreta.
[3] Por ejemplo, el pensamiento dogmático religioso.
[4] Importa constatar que las cosas existen.