por Santos Bernardo
En los primeros años de la democracia se gestó un género cinematográfico conocido como el “destape”. Su principal rasgo característico consistía en que sin venir a cuento, a menudo bajo las excusas más ridículas, las actrices destapaban su cuerpo y mostraban ante la cámara sus encantos naturales.
Sin duda, pero no sin asombro, tras leer esta entradilla el lector se preguntará qué relación guarda con el tema perfilado en el título. Ciertamente, más de lo que en principio cabría presuponerle. Antes empero de entrar en materia, permítanseme un par de preámbulos.
En fechas recientes tuve oportunidad de leer el borrador de la obra que el Doctor en Historia Javier Nicolás dedica a la Ahnenerbe en España, ingente aun cuando sólo sea por su extensión, y a la que he contribuido en la medida de mis conocimientos y posibilidades, incluido su prólogo que tuve el honor de escribir.
Dicha obra se halla actualmente en imprenta, por lo que cuando hace escasas semanas supe de la publicación de “Los científicos de Hitler. Historia de la Ahnenerbe”, libro escrito por el periodista Eric Frattini[1], lo consideré una feliz coincidencia. No sólo por poner en el candelero la Sociedad Ancestral de Himmler, sino por incluir un capítulo dedicado precisamente a la Ahnenerbe en España, el cual bien podría ayudar a despertar el interés sobre la cuestión. Quien quisiese pues profundizar sobre la materia y ampliar su conocimiento, iba a tener la pronta satisfacción de contar con el trabajo de Javier Nicolás.
Ha sido la lectura del referido capítulo del libro de Frattini la que ha motivado la redacción de las presentes líneas. Su impresión, que no por decepcionante menos esperable, sigue latente en mí a la hora de escribirlas, y confío denoten mi indignado pesar por la irrefrenable degradación de la historiografía.
Quiero igualmente reseñar que mis comentarios se limitan al citado capítulo referido a la Ahnenerbe en España, temática que tengo fresca gracias -insisto- al conocimiento del estudio que el Dr. Nicolás ha tenido a bien compartir conmigo. No entro pues a valorar el conjunto de “Los científicos de Hitler”, si bien y conforme al dicho popular, como muestra bien vale un botón.
Las imponderables exigencias del guion
Retornando al cine de destape, cuando en las entrevistas promocionales se inquiría a las actrices protagonistas cuál era el motivo de su desnudo, alegaban que se trataba de “exigencias del guion”, respuesta por entonces común y que se hizo célebre.
Sólo bajo tal premisa cabe explicar que ya al comienzo mismo del capítulo de Frattini, haga entrada un campo de concentración, elemento omnipresente en todo texto sobre el III Reich, aun cuando verse de arqueología y esté referido a España. El motivo de su inclusión poco importa; se da por descontado, en forma análoga a la mucho menos siniestra y más agradable aparición de unos turgentes pechos femeninos en nuestro cine patrio de los setenta. En un caso y en otro, exigencias del guion.
Aprovechando que el río Pisuerga pasa por Valladolid, en este caso concreto el Ebro por Miranda, el campo de concentración franquista allí erigido da inicio a la crónica de la Ahnenerbe en España. El motivo es el supuesto patronazgo que sobre éste ejerciera Paul Winzer, el agregado policial (“Polizeiattache”, tal como figuraba en el membrete de sus cartas) adscrito a la embajada alemana en Madrid.
A la hora de sustentar el protagonismo de Winzer en la construcción de dicho campo, Frattini se remite a un artículo publicado en Diario 16 por José Antequera. La erudición histórica del Sr. Antequera la desconozco, pero sin duda abarca también cuestiones de rabiosa actualidad. Al consultar los artículos que ha publicado en este medio, los dos últimos portan como discreto título: “El gran delirio de Ayuso hecho realidad: el Zendal está siendo atacado por los comunistas” (6/II/21) y “Casado se mete en la pocilga el mismo día que Bárcenas deja un hedor insoportable en el PP” (5/II/21).
En el referido artículo sobre Winzer, el inicio del Sr. Antequera difícilmente podría ser más explícito:
«En 1940, Heinrich Himmler -jefe de la terrorífica Gestapo de Hitler-, visitó España. Se sabe que pasó tres días entre el País Vasco, Madrid, Toledo y Cataluña, donde visitó Montserrat en busca del Santo Grial –un símbolo religioso que el Führer consideraba crucial para ganar la guerra»[2].
En efecto, “se sabe que pasó tres días” en los lugares recién especificados, entre otras cosas porque la prensa de la época lo recogió unánime y profusamente, algunas de cuyas crónicas reproduce Javier Nicolás en el capítulo que destina a dicha visita. En él dedica asimismo un amplio espacio al referido mito de la búsqueda del Grial, con entrevistas personales al sobrino del monje catalán que ejerció de cicerone de Himmler, aportando fotografías inéditas procedentes de su legado familiar. Que el Sr. Antequera dé pábulo a dicha estrambótica leyenda, elevando su iniciativa al mismísimo Führer, ciertamente a estas alturas -o más bien bajuras- no causa sorpresa. Que, con semejante inicio, el Sr. Frattini decida presentarlo como sustento historiográfico, sin duda sí.
Lo más llamativo empero es que Paul Winzer, con independencia del papel que pudiera haber jugado en Miranda del Ebro, fue un personaje crucial en el desarrollo de las relaciones de la Ahnenerbe con España. Como enlace de la SS en la embajada, era el interlocutor entre el máximo responsable a efectos prácticos de la sociedad himmleriana, el SS-Standartenführer Wolfram Sievers, y su hombre en España, el arqueólogo burgalés Julio Martínez Santa-Olalla.
El archivo personal de este último, sito en el madrileño Museo de San Isidro, alberga la correspondencia que mantuvo con Winzer, algunas de cuyas muestras Javier Nicolás reproduce en su integridad. El personal interés del alemán -si no sincero, desde luego muy aparente- en la devolución a España de las piezas visigodas de Castiltierra, conforma uno de los elementos más importantes y novedosos de su investigación, y resulta muy relevante a la hora de dilucidar lo acontecido. Sin embargo, nada de todo ello merece siquiera una mención del Sr. Frattini, pues a la hora de referirse a Winzer, Miranda del Ebro vampiriza su visión.
Y si todo escrito sobre el III Reich que se precie ha de contar sí o sí con un campo de concentración, con mayor motivo una rica alusión a la persecución judía. Poco importa que en la España franquista ningún judío fuese perseguido por el hecho de serlo, y que, por el contrario, muchos recibieran una ayuda más que inestimable precisamente en razón a su condición. Que la realidad empero no estropee el relato. Ya en el mismo preámbulo del capítulo, Frattini reproduce una circular de José Finat, conde de Mayalde y director-general de seguridad en la inmediata postguerra, relativa a la creación de un fichero de personas consideradas -conforme a la jerga de la época- israelitas.
Dar respuesta a cuál es el vínculo de semejante iniciativa con la Ahnenerbe le corresponde al autor, aunque me temo que en su obra no la expone. De tener que darla yo, me remitiría nuevamente a lo ya expuesto acerca del cine del destape, pero lejos de mí ser pesado.
Con todo, al igual que sucediera con Paul Winzer, el conde de Mayalde sí jugó un destacado papel en el desarrollo de la cooperación arqueológica española con la Ahnenerbe. A escasos días de la llegada de Himmler a España, en la que está prevista una visita al segoviano cementerio visigótico de Castiltierra, Santa-Olalla confía a su colega José Pérez de Barradas la puesta a punto de los yacimientos, de forma que estén en estado de revista de cara al insigne huésped del Caudillo. Ambos acuden al ministerio de Gobernación a entrevistarse con José Finat, quien, en octubre de 1940, recién acabada la guerra, debía tener las manos llenas de quehaceres. No obstante, el asunto adquiere para el director-general de seguridad la suficiente importancia como para recibirlos y ordenar a su secretario que los conduzca hasta Castiltierra.
Los pormenores de aquella “pre-excavación”, que daría pie a la de septiembre de 1941, de importancia crucial de cara a la presencia de la Ahnenerbe en nuestro país, los recogió Pérez de Barradas en el “Cuaderno de campo” escrito día a día para la ocasión. Sus costumbristas pasajes, que incluyen el recién referido relativo al conde de Mayalde, son objeto de su correspondiente reproducción en la obra de Javier Nicolás, quien a su vez los extrae del original depositado en el Museo de San Isidro.
Qué duda cabe que sería mucho esperar alusiones tan específicas en el capítulo motivo de la presente reseña, que por fuerza tiene un espacio limitado y ha de centrarse en lo más sustancial. Hubiese bastado con resaltar el papel de mecenazgo que Finat ejerció sobre la arqueología española de la época, y de manera particular, en los proyectos de Santa-Olalla y su promoción en la Alemania hitleriana. El lector, no obstante, deberá darse por satisfecho con la connotación antisemita que Frattini otorga al conde.
En forma similar, muchas de las cosas que el autor saca a colación guardan a lo sumo una relación tangencial con la Sociedad Ancestral de Himmler. Por citar algunos ejemplos, la visita a Madrid del conocido jurista Carl Schmitt, las extracciones de wolframio en España y Portugal, a las que dedica no pocas páginas, o las indagaciones antropológicas en Canarias de Eugen Fischer e Ilse Schwidetzky. Respecto a estas últimas, si bien las del primero influyeron sin duda alguna en la Ahnenerbe, tuvieron lugar una década antes de que ésta se fundase, extremo que al ser omitido por Frattini propicia la impresión de que se realizaron bajo su égida. Por lo que concierne a las de Ilse Schwidetzky, fueron llevadas a cabo en los años cincuenta, y por tanto una década después de su desaparición, detalle éste que igualmente obvia al lector.
Por el contrario, cuestiones de envergadura relativas a las Canarias y muy especialmente a Castiltierra, los dos ámbitos geográficos sobre los que planeó la Ahnenerbe, bien son ignoradas, bien incorrectamente formuladas. Con todo, más allá de inexactitudes, lagunas o exageraciones, son determinadas malas prácticas historiográficas, por desgracia harto comunes, las que más debieran llamar nuestra atención.
La trastienda de los archivos
La creciente popularización de la historia no ha ido acompañada de su correspondiente erudición, más bien al contrario. A fin de hacerla amena, y en especial, rentable a todos los efectos, la simplificación de sus exposiciones, a la par que el artificioso sensacionalismo de sus tesis, son causa de estragos crecientes. La permisividad de medios, editoriales, y por desgracia, numerosos historiadores, no ayuda precisamente a poner fin a tan lamentable tendencia.
Una de las claves para entender el éxito asociado al citado declive, estriba en el hecho de que las personas en general tienden a ser honestas; creen por consiguiente que todas son de su condición, no siendo aquéllas aficionadas a la historia excepción. De tal forma, no ponen en duda lo expuesto en obras publicadas o producidas por casas de reconocido prestigio. No requieren pues que les detallen de dónde están extraídos los diversos argumentos; dan por hecho que sobre ellos existe un reconocido consenso historiográfico.
De ser algo más inquietos, en el caso de los libros ven satisfechas tales suspicacias con las consiguientes referencias a pie de página, que por lo general no contrastan por falta de tiempo, medios y/o conocimientos idiomáticos. Si así lo hicieran, muchas más veces de las imaginables no saldrían de su asombro.
El lector sin embargo no es culpable de su buena fe. A otros les toca velar por que ésta no sea objeto de abuso. De hecho, ni se plantea que algo así pueda suceder, y da por sentado que cuando el historiador cita una fuente, es motivo suficiente para no dudar de ella.
Tanto es así que en “Los científicos de Hitler. Historia de la Ahnenerbe”, ni siquiera se hace constar el número de página de la obra que se cita en cada momento. Si el lector quisiera comprobarla por sí mismo, tendría que rebuscarla a lo largo y ancho de la misma.
Personalmente, tendría que estar muy interesado en un libro de historia para leerlo bajo tan oscurantista premisa. Comprendo que al autor le resulte muy ventajosa, pero cuesta mucho entender que el editor la permita. Un etiquetado insuficiente no inspira precisamente confianza.
Si ya de por sí tales prolegómenos en “Los científicos de Hitler” no resultan muy prometedores, su posterior examen no confirma precisamente halagüeños presagios.
Veamos un primer ejemplo que aglutina varias de las malas prácticas a las que aludo.
Con motivo de la visita de Himmler al Museo Arqueológico Nacional (MAN), Frattini escribe: «Dos días después Blas Taracena describió la visita destacando el interés de Heinrich Himmler y su “curiosidad académica y su profundo fundamento en los restos visigóticos y gráficos de los períodos de la migración de los pueblos germánicos”» (Frattini; pág. 295). Como fuente se nos cita un artículo del ABC del 23 de octubre de 1940, titulado “El Reichsführer SS Heinrich Himmler en su viaje a España. Visita los museos del Prado y Arqueológico” (nota 18).
Como es de sobra sabido, todo pasaje entrecomillado corresponde a una cita textual, pero como se constará en diversas ocasiones, en el caso del Sr. Frattini hay importantes matizaciones. En el texto recién reproducido el lector infiere que Blas Taracena, director por entonces del MAN, escribió en el ABC los referidos elogios. Como cualquiera puede no obstante comprobar en la hemeroteca de ese diario, dicho artículo realmente existe, pero Taracena brilla por su ausencia al igual que el pretendido contenido.
En verdad, éste corresponde a una comunicación interna que Taracena destina a los miembros del Patronato del MAN. Es por consiguiente de carácter restringido, lejos pues del boato oficial de la prensa del régimen al que apunta Frattini. Tal matiz tiene importancia, pues la impresión de “curiosidad académica y profundo fundamento” que dejara Himmler, choca con la pedante y extravagante que hoy se le atribuye en su visita a Montserrat, acaecida tan sólo un día después.
Lo aquí destacable empero es que la consulta a las actas del patronato y su pública puesta en conocimiento, es mérito que corresponde al historiador Francisco Gracia Alonso y a su no menos meritoria obra sobre la arqueología tras la guerra civil[3]. Y si yo lo sé no es porque sea muy erudito, sino porque así lo hace constar Javier Nicolás en su libro, al hacerse eco de las palabras de Taracena.
La labor de investigación en un archivo probablemente sea de las más ingratas, pero sin ella difícilmente podrían escribirse los libros de historia. Desenterrar documentos y ponerlos a disposición de la historiografía supone una de las mayores prestaciones que quepa imaginar. Citar en cada ocasión al historiador al que se debe dicho logro, así como su obra que lo recoge, constituye una muestra de justicia y gratitud que triste es tener que recordar.
Por desgracia, la muestra anterior dista de ser excepción. Al aludir a la concesión de la Cruz de Caballero de Isabel la Católica a Wolfram Sievers (Frattini, pág. 307), se nos remite a una nota a pie con el epígrafe del «Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores R-4909, dosier 40». Figuran asimismo las fechas de aprobación, aceptación y recepción de la condecoración, e incluso se señala que no ha podido hallarse el expediente de propuesta (nota 44). Puesto que no hay más referencias, también aquí cabe interpretar que tales datos los ha recabado el autor de primera mano.
¿Además de sumergirse en los expedientes del MAN, el Sr. Frattini se inundó del polvo de los legajos del Ministerio de Asuntos Exteriores? Pudiera ser, pero ni en un caso ni en otro parece haber hallado algo que no hubiese sido ya expuesto a la luz pública.
Nuevamente, si sé del historial de dicha condecoración a Sievers es por el trabajo de Javier Nicolás, quien al hacer mención de la misma, cita al historiador al que compete atribuir el seguimiento documental de tal concesión: Francisco Gracia Alonso. No sólo hallamos idénticos datos, sino también el comentario final de que falta el expediente de propuesta[4].
Previamente, al aludir a las conferencias dadas en 1934 por Santa-Olalla en Alemania, Frattini aporta datos muy explícitos acerca de las mismas. No sólo en cuanto a su título, fecha y lugar, pues llega incluso al detalle de dar cuenta del telegrama del Ministerio de Asuntos Exteriores que avisaba, al agregado de negocios de la embajada berlinesa, de la llegada del arqueólogo español: «Archivo General del Ministerio de Asuntos Exteriores, documento R-743-71» (Frattini; pág. 292, nota 13).
Puesto que en la nota nada más se nos indica, nos hallamos ante una nueva proeza investigadora. No obstante, y como el lector a estas alturas comienza a sospechar, los datos relativos a las conferencias, incluido el del documento dirigido a la embajada en Berlín, los encontrará en la ya citada obra de Gracia Alonso[5].
Para cerrar el capítulo de los archivos, tarea ardua donde la haya y que no sólo consume tiempo, sino también gastos de desplazamiento, la investigación del Sr. Frattini parece haberle llevado nada menos que a Berlín. Así se deduce cuando expone que José Luís Arrese, ministro-secretario general de FET y de las JONS, quería tener al superior de Sievers, Walther Wüst, como «”asesor” de la futura Ahnenerbe española» (Frattini; pág. 305).
Acto seguido inserta una nota a pie para dar respaldo a dicha tesis. Nada refiere en verdad al respecto, salvo la fecha y lugar de nacimiento de Wüst, también la de su fallecimiento –sin especificar dónde-, su número de afiliación al Partido y a la SS, así como su graduación en esta última (“Oberführer”). Añade como única referencia «Bundesarchiv Berlin» (nota 34).
Cuando un historiador cita un archivo, es porque su contenido lo ha consultado personalmente. De extraer la información de otro autor y no hacerlo constar así, además de faltar a la más elemental cortesía profesional, aparentando un esfuerzo investigador que no ha sido tal, asume como propia una información que bien pudiera ser errónea. De ser así, no sólo se expone al desdoro correspondiente, sino que contribuye a que otros autores, guiados por la buena fe, expandan dicho error.
En la relación de «Archivos consultados» de “Los científicos de Hitler”, figura el Bundesarchiv berlinés (Frattini; pág. 378), cuyos registros, al menos los relativos al período NS, no son accesibles vía internet sino tan sólo de forma presencial. Es digno de elogio que el Sr. Frattini se desplazase tan lejos para averiguar los meros datos de filiación y afiliación de Wüst. Máxime porque la visita al Bundesarchiv requiere, además, de la pertinente acreditación académica, de una larga planificación. Hay que pedir hora, la lista de espera supera el año, y el tiempo de consulta es limitado.
Le habría bastado consultar la ya citada obra de Gracia Alonso, que contiene exactamente los mismos elementos, incluido su lugar de nacimiento, pero no así el de su defunción[6].
Castiltierra: asignatura pendiente
Como ya indicara, en la historia de la Ahnenerbe en España existen básicamente dos puntos geográficos de obligada referencia: Castiltierra y Canarias, teniendo el primero una importancia, cuando menos a efectos prácticos, mucho mayor que el segundo.
En los «Científicos de Hitler» la apreciación es justo la contraria, constituyendo el archipiélago foco de su particular objeto de atención. De hecho, Canarias cuenta con un subcapítulo propio, pero no así Castiltierra. Nada que objetar, siempre y cuando la información fuese la historiográfica, y no aquélla guiada en pro de un deseado efectismo.
En lo que a Castiltierra concierne, un tema fundamental y que a fecha de hoy sigue siendo materia de intenso debate, no sólo en España sino también en Alemania (como revela Nicolás en el intercambio de e-mails con diversas universidades germanas, especialmente la de Colonia), es el referido a las perdidas piezas que se enviaron a la Ahnenerbe. Por el contrario, en el libro objeto de la presente reseña la cuestión apenas es perfilada, y simplemente señala que «muchas de las cuales jamás regresarían a nuestro país» (Frattini; pág. 307). Un hecho sin duda cierto, y nada habría que reprochar al autor salvo su parquedad, de no ser porque acto seguido inserta una nota citando una fuente, la cual, o bien no ha sido contrastada, o bien ha sido mal interpretada.
En concreto señala que «Harman [sic] Sassman [sic]» (en verdad, Hermann Sassmann), «de la Universidad de Viena», afirma que restos visigóticos depositados allí en el Instituto de Historia Primitiva, proceden de la excavación de Castiltierra de 1941, y fueron donados por un coleccionista particular llamado Karl Mossler. Todo cierto hasta aquí, pero no cabe decir otro tanto respecto a lo que viene a continuación: «Señala [Sassmann] también que [Joachim] Werner, el alemán que excavó en Castiltierra, estudió durante dos semestres en Viena, y que a través de él habían llegado parte de las piezas, probablemente expoliadas en el mismo yacimiento» (Frattini; pág. 307, nota 42).
Frattini, apoyándose en Sassmann, resuelve en una nota de siete líneas lo que muchos historiadores no han logrado desvelar, incluido Javier Nicolás, quien por otra parte abre en su investigación nuevas e importantes vías de cara a su esclarecimiento.
Respecto a la supuesta fuente de Frattini, se trataría de la tesina de Hermann Sassmann, defendida ante la Universidad de Viena y relativa a Castiltierra[7]. Y escribo «supuesta», pues no es nombrada en momento alguno y ni siquiera figura en la bibliografía. Por el contrario, Nicolás no sólo se hace eco -correctamente- de la misma, resaltando en diversas ocasiones su gran aporte historiográfico, sino que como también hace constar, ha entrado en comunicación con el propio Sassmann para ampliar diversas cuestiones.
Lo destacable empero es que Hermann Sassmann no atribuye a Joachim Werner la autoría de dicho expolio, y mucho menos de haberse apropiado ilícitamente de restos arqueológicos en la excavación a la que había sido invitado. Tras diversos periplos, en 1942 las piezas fueron llevadas a Viena para su restauración, y de decantarnos por la pista danubiana, resulta mucho más factible que fuese entonces cuando se sustrajeran.
De hecho, Frattini en la página anterior sí recoge que las piezas estaban siendo analizadas en Viena, pero merece la pena detenerse en la forma que lo hace. Para ello, acudamos una vez más al magnífico trabajo de Gracia Alonso, no sin antes señalar que el subrayado es mío:
«No todos los materiales se estudiaron en Berlín, por cuanto una comunicación dirigida a Sievers el 18/01/1943 , indica que parte de los materiales habían estado en Viena para ser analizados por Oswald Menghin y Franz Hancar, retornándose a la capital del Reich a principios de 1943 [Bundesarchiv-Berlín. NS 21/319. B/41 p.10]»[8].
«Los científicos de Hitler» recoge tal información, pero la porción que he subrayado la entrecomilla, como si fuese por tanto parte textual de una cita. ¿La correspondiente a la obra de Gracia Alonso? Me temo que no, pues asombrosamente el fruto de su pluma ha sido transformado en parte íntegra de la carta a Sievers. El breve resumen del contenido de la misiva se convierte en texto literal de la misma. Así lo certifica Frattini en la nota a pie correspondiente, donde no hallaremos el nombre del historiador español: «Archivo de correspondencia de Wolfram Sievers. Generalsekretariat de la Ahnenerbe, Bundesarchiv-Berlín. NS 21/319. B/41» (Frattini; pág. 306 y nota 41).
Retornando a la muy valiosa tesina de Sassmann, bien puede decirse que ésta ha marcado un revulsivo en la historia de Castiltierra, aportando muchos y novedosos datos, incluido el relativo a Karl Mossler y su colección de piezas visigóticas. Sin embargo, si algo precisamente se echa a faltar es un estudio acerca de cómo llegaron las mismas a su posesión. Conformada por 159 páginas, dedica tan sólo cinco (en verdad tres si descontamos una con fotografías y otra ocupada por un organigrama) a Karl Mossler (Subcapítulo 8.4.: «Karl Moßler und die Funde aus Castiltierra», pág. 89-93), y apenas entra en dicha incógnita. Fugazmente apunta como mera sospecha al prehistoriador Oswald Menghin, profesor tanto de Mossler como de Werner.
Tal cuestión conforma uno de los temas tratados por Nicolás en su intercambio epistolar con Sassmann, y si bien no me corresponde a mi desvelar su resultado, adelanto que dista mucho de la contundente resolución que Frattini le atribuye.
Psicopatía, desenfreno y frenesí en Canarias
Si el lector cree que el titulo precedente roza el más gusto, otro tanto opino yo. No obstante, éste es fiel reflejo de la «fuente historiográfica» que da sustento al subcapítulo que Frattini dedica a las Islas Afortunadas: «El científico psicópata nazi que hablaba de una «raza aria canaria»».
Tan docto título corresponde a un artículo publicado en el ABC el 23/XII/17, firmado por un tal J.L. Martínez. Puesto que cuanto a continuación sigue arqueará sobremanera las cejas del lector, le pediría que busque dicho artículo en internet y lo tenga a mano.
No soy médico y puedo equivocarme, pero hasta dónde sé la psicopatía, al igual que por ejemplo el autismo, son trastornos que han de ser diagnosticados, y que como tales jamás han de ser objeto de mofa o insulto. En el caso del teólogo, etnólogo, arqueólogo y experto en folklore Otto Huth (1906-1998), el «científico psicópata nazi» al que alude el título del artículo, no consta dicho dictamen médico. De hecho, tras la guerra mundial prosiguió su carrera académica en la Universidad de Friburgo, hasta su jubilación en 1971.
Las peculiares adjetivaciones de J.L. Martínez incluyen calificar a Huth como «un colgado», y titula «Pirados» uno de los tres subcapítulos de su más bien breve escrito.
El último, dedicado a Leonardo Torriani, ingeniero de Felipe II a quien se debe una de las más antiguas y valiosas descripciones de Canarias, pareciera escrito en un estado que no me atrevo a calificar. Por ejemplo: «Los nazis querían sacarle partido a esta afirmación de Torriani y Wölfel molestaría. Otto Huth quería secuestrar los papeles de investigadores que ahora eran funcionarios alemanes. Empleó un chivatazo». El contenido, más que entenderse, se adivina, y si los modos verbales chirrían, no menos acontece con la muy erudita expresión de «chivatazo», que para más inri es la única que resalta en negrita.
Con todo, lo más extraordinario no es que el Sr. Frattini cite como fuente un artículo que por su confección y contenido parece una mala redacción escolar, sino que extraiga de él buena parte de las informaciones que dedica a la cuestión canaria.
Por ejemplo, J.L. Martínez escribe que Franco negó a Huth permiso para investigar en Canarias, lo cual desencadenaría la ira del alemán (las partes que he subrayado no son erratas ni faltas ortográficas mías, como cualquier puede comprobar por sí mismo):
«El odio a España por la decisión de Franco de frenar al iluminado científico nazi era tal que, Otto Huth afirmaba: «la conquista de las islas Canarias por parte de los cristianos españoles constituye una terrible tragedia y uno de los más espantosos ejemplos de los venenosos efectos del judeocristianismo en el alma de la población europea». Un colgado»[9].
Como fuente el Sr. Martínez se remite al magnífico trabajo de los historiadores Alfredo Mederos Martín y Gabriel Escribano Cobo: “Julio Martínez Santa Olalla, Luis Diego Cuscoy y la Comisaría Provincial de Excavaciones Arqueológicas de Canarias Occidentales (1939-1955)”.
El texto de Huth relativo a la «conquista de las islas canarias por parte de los cristianos españoles», procede de su artículo publicado en 1937 en el nº 2 de la revista Germanien, órgano oficial de la Ahnenerbe, y cuya mayor parte el Dr. Nicolás traduce para su estudio. Mederos y Escribano incluyen una única frase[10], que es la reproducida por Martínez.
Conforme pues a este último, «el odio a España por la decisión de Franco de frenar al iluminado científico nazi», le llevó a escribir tal diatriba en Germanien. Si hubiera prestado empero un poco más de atención a su fuente, se habría percatado que la expedición de la Ahnenerbe estaba prevista para otoño de 1939[11], y el escrito de Huth fue publicado dos años atrás.
No obstante, el Sr. Frattini se adhiere a la tesis esgrimida en el «Científico psicópata nazi», pero le aporta el orden cronológico adecuado. Fue el artículo de Huth el que despertó la ira del Caudillo, y tras reproducir la susodicha frase de Huth, añade: «algo que por supuesto no gustó a Franco» (Frattini; pág. 311). Sustenta tal alegación en el sólido rigor historiográfico que derrocha el artículo del ABC (nota 52).
Roza lo insólito que el Caudillo tuviera noticia de un breve escrito publicado en una revista arqueológica alemana. De hecho, ni siquiera hay constancia de que vetara dicha expedición científica. Nada hay que respalde tales cosas, tampoco el libro de Mederos y Escribano. Por el contrario, es más que plausible que fuese el estallido de la guerra la causa de su suspensión.
Sin embargo, Frattini aporta otra fuente con la que sustentar la tesis deseada, pues previamente refiere: «el proyecto fue cancelado debido a la tensión política provocada por el propio Huth con Franco» (Frattini; pág. 310). Como respaldo a tan novedoso descubrimiento, que da cuenta de un desconocido enfrentamiento entre el jefe del Estado y la Ahnenerbe, menciona en la consiguiente nota a pie «Das Ahnenerbe der SS. 1935-1945», obra del historiador germano-canadiense Michael H. Kater.
Dicho libro es tenido como «la biblia» de la Ahnenerbe, tanto por ser pionero en su estudio como por su extensión. Como ya referí, el Sr. Frattini no indica el número de página que da pie a sus informaciones, así que no quedó más remedio que consultar cada una de las diversas páginas en que Kater hace alusión a Huth. Por fortuna no son muchas, y menos aún las referidas a sus investigaciones canarias. Ni qué decir tiene que en ninguna hay mención alguna al pretendido disgusto de Franco, y de hecho este último no es citado ni una sola vez a lo largo y ancho de la obra.
Si un mérito sin embargo hay que reconocerle al artículo de J.L. Martínez, es la innegable dificultad de acumular errores en tan corto espacio. Así pues, refiere que «el 30 de marzo de 1939 Huth instó requisar las 6.000 fichas que había sobre canarios en un Centro de Investigación sobre la Fe Indogermánica elaboradas por Wölfel»[12].
De haber leído más despacio el libro de Mederos y Escribano[13], y mejor aún el trabajo del lingüista y germanista de la Universidad de Tübingen Gerd Simon[14], imprescindible a la hora de escribir sobre la Ahnenerbe en Canarias y que Javier Nicolás cita en más de una decena de ocasiones, habría constatado que el 30 de marzo de 1939 Huth no insta a nada. Se trata de una comunicación de Wolfgang Sievers a otro miembro de la Ahnenerbe, el orientalista vienés Viktor Christian, y si bien hace alusión al igualmente vienés y experto canariólogo Dominik Josef Wölfel, nada hay respecto a la confiscación de dichas fichas. Ciertamente éstas eran del interés de la Sociedad Ancestral himmleriana, pero no se hallaban en «un Centro de Investigación sobre la Fe Indogermánica», sino que las requerían precisamente para incorporarlas al departamento de la Ahnenerbe que portaba dicho nombre. Tales fichas en cualquier caso jamás fueron incautadas, y hoy se encuentran en el Museo Canario de Gran Canaria.
El Sr. Frattini, pese a que entre su bibliografía también nombra a Mederos y Escribano, decide de nuevo guiarse por J.L. Martínez, con el penoso resultado consiguiente: «El 30 de marzo de 1939 Huth instó a Sievers a requisar las más de seis mil fichas que había sobre canarios en el Departamento de Investigación sobre la Fe Indogermánicas elaboradas por el propio Wölfel».
Las tribulaciones del Sr. Frattini no acaban ahí. En la página 312 reproduce una cita relativa a un ídolo canario que la Ahnenerbe creía se hallaba en un museo lisboeta. Como fuente señala “El espejismo nacional-socialista. La relación entre dos catedráticos de Prehistoria, Oswald Menghin y Julio Martínez Santa-Olalla: 1935-1952” (Frattini; nota 54), una muy documentada y loable obra fruto igualmente de la pluma de Alfonso Mederos Martín. Sin embargo, ésta nada tiene que ver con las investigaciones canarias, por lo que el lector no hallará dicha cita entre sus páginas. En verdad está entresacada del ya referido trabajo de Mederos y Escribano relativo a Santa-Olalla y Cuscoy[15].
Y como colofón, Ilse Schwidetzky. Ya se señaló en páginas previas que esta etnóloga, si bien muy ligada al NSDAP durante el período hitleriano, no emprendió sus indagaciones canarias hasta entrada la década de los cincuenta, teniendo éstas por consiguiente una relación tangencial o nula con la Ahnenerbe. Nada de ello refiere J.L. Martínez en su inefable artículo, ni tampoco el Sr. Frattini en su libro, creyendo consiguientemente el lector que tales investigaciones formaron parte de la Sociedad himmleriana.
Precisamente con ella finaliza la crónica del ABC, que bien merece la pena reseñar (el subrayado es mío):
«Poco después, en la década de 1940, vino a Canarias la antropóloga Ilse Schwidetzky, quien insistió en que la citada raza pervivía entre los descendientes de los guanches, y aseguró que las islas eran el refugio para los últimos ejemplares de humanos extinguidos en Europa y el norte de África y negó la presencia semita en Canarias, fiel a la ideología antisemita de la época»[16].
Insisto que en la literatura que he podido consultar acerca de esta bien conocida antropóloga, nada apunta a investigaciones canarias anteriores a la década de los cincuenta. En su muy documentado trabajo, Mederos y Escribano sitúan el año 1956 como inicio de las mismas[17]. Éstas culminarían con su obra «La población prehispánica de las Islas Canarias», publicada en 1963 por el Servicio de Investigaciones Arqueológicas del Museo Arqueológico de Tenerife, y que contó igualmente con una edición alemana.
Lo anterior sin embargo no es lo que deseo destacar. En la página 311 Frattini escribe que «En la década de los cuarenta, Ilse Schwidetzky insistió en que la citada raza aria pervivía entre los descendientes de los guanches, y aseguró en su obra ‘La población prehispánica de las Islas Canarias’ que «las islas eran el refugio para los últimos ejemplares de humanos extinguidos en Europa y el norte de África», negando la presencia semita en Canarias».
¿Cuál es la fuente del entrecomillado, que coincide asombrosamente con el texto previamente subrayado de J.L. Martínez? ¿Tal vez su artículo del ABC? Nada más lejos de la realidad, pues tal como refiere Frattini, lo ha entresacado de la sesuda lectura de la muy erudita obra de la alemana: «Ilse Schwidetzky. La población prehispánica de las Islas Canarias. Museo Arqueológico. Madrid, 1963» (Frattini; nota 55).
Puesto que como de costumbre, no indica número de página, invito al lector a que busque esa cita entre las 217 que conforman dicha obra de la científica germana. Si bien el resultado lo conozco de antemano, le deseo mucha suerte.
Conclusión no apta para mayores con reparos
De forma análoga al destape, que constituyo un género cinematográfico, la historia divulgativa sobre el III Reich conforma uno literario, por más que abarque igualmente artículos y documentales. Fíjese el lector que he escrito “literario”, no historiográfico como sería lógico pensar.
Las similitudes son más que numerosas: baja calidad, escaso presupuesto, el tirón de actrices comerciales e historiadores mediáticos, caracterizaciones ridículas, morbo, y mucha carnaza. Si algo tienen empero en común es su carácter obsceno, concepto éste que no necesariamente va ligado a lo erótico.
Si en un caso el nivel del espectador era evaluado a la baja, otro tanto acontece con el del lector. Hay sin embargo una diferencia sustancial. El cine de destape duró unos pocos años, y hoy es reconocido como lo que fue: cutre, zafio y penoso. Por el contrario, la temática sobre Hitler no tiene fin, al igual que tampoco la frenética competición por ver quien establece la memez más estrambótica sobre aquel período. Tras la guerra podría tener sentido presentar a un Führer de feria y su corte de «pirados», conforme a la docta expresión extraída del ABC. Que hoy se mantenga tiene poco que ver con lo didáctico y menos aún con lo historiográfico, y su pervivencia tiene visos de perdurar los mil años del ansiado Reich hitleriano.
También son idénticos en la respuesta dada a los que denunciaron y denuncian semejantes excesos. Quienes entonces alertaron de la cosificación de la mujer eran personas retrógradas, reprimidas y de moral estrecha. Epítetos peores reciben quienes, aún hoy, osan denunciar la interminable degradación historiográfica en pro del tirón comercial de Hitler, tanto que bien se exponen a su muerte civil como “apologetas del odio”.
Quizá no esté en nuestra mano impedir el cansino abuso de la buena fe del lector, y si bien no todo el mundo tiene el coraje necesario para denunciarlo, ayudaría mucho no contribuir a su fomento.
Entre las gratas sorpresas que me ha deparado la colaboración en el libro de la Ahnenerbe de Javier Nicolás, más allá de ilustrarme sobre su muy interesante presencia en España, está la de descubrir historiadores como Gracia Alonso, Mederos Martín o Quero Castro, dignos eruditos que hacen honor a su título. No son objeto de entrevistas periodísticas, ni promociones mediáticas. A diferencia de quienes se nutren de su esfuerzo, sus obras no son editadas por casas comerciales, ni las hallamos en grandes almacenes. Probablemente no hayan ganado ni un céntimo con ellas, y es harto factible que la inversión, además de cuantioso tiempo, les haya costado dinero. Sus largas horas en archivos, recopilando fuentes y trasplantando todo ello al papel, robadas al ocio y a la familia, cuentan con el escaso reconocimiento de verse citados en ocasiones, y el frecuente menosprecio de verse reproducidos pero no referenciados.
Insisto en que tal vez no podamos remediarlo, pero si cada lector alzase al menos una vez su voz en defensa de sus derechos, en este caso a recibir una información historiográfica veraz, es posible que responsables editoriales, jefes de redacción y productores de documentales cambien el chip, y sustituyan el facilón sensacionalismo por la pasión revolucionaria que otorga el rigor de lo real.
[1].- Ediciones Espasa. Barcelona, 2021.
[2].- José Antequera: “Paul Winzer, el nazi que diseñó los campos de concentración de Franco”. Diario 16, 30/III/19.
[3].- Gracia Alonso, Francisco: “La arqueología durante el primer franquismo: 1939-1956”. Ed. Bellaterra Arqueología. Barcelona, 2009, pg. 296.
Señalar que Gracia Alonso refiere igualmente dicha acta en su estudio “Las relaciones entre los arqueólogos alemanes y la Alemania nazi (1939-1945). La influencia de Das Ahnenerbe en España. Un estudio preliminar” (Memorias de la Sociedad Española de Historia de la Arqueología [I]. Documentos inéditos para la Historia de la Arqueología. Madrid, 2008, pg. 133, nota 22). En el caso de “Los científicos de Hitler”, presumo que la información procede de ésta última obra pues es la que figura en la bibliografía.
[4].- Gracia Alonso, Francisco: “Las relaciones entre los arqueólogos alemanes y la Alemania nazi (1939-1945). La influencia de Das Ahnenerbe en España. Un estudio preliminar”. Memorias de la Sociedad Española de Historia de la Arqueología (I). Documentos inéditos para la Historia de la Arqueología. Madrid, 2008, pg. 140, nota 55.
[5].- Gracia Alonso, Francisco. Ibid. Pg. 130, nota 5.
[6].- Gracia Alonso, Francisco. Ibid. Pg. 138, nota 49.
[7].- Sassmann, Herrmann: „Problemstellungen und Lösungsansätze der westgotenzeitlichen Archäologie – Am Beispiel der Nekropole von Castiltierra (Prov. Segovia)“. Instituts für Ur- und Frühgeschichte der Universität Wien. 2012.
[8].- Gracia Alonso. Op. cit. Pág. 137.
[9].- J.L. Martínez: «El científico psicópata nazi que hablaba de una «raza aria canaria»». ABC, 23/12/2017.
[10].- Alfredo Mederos Martín y Gabriel Escribano Cobo: “Julio Martínez Santa Olalla, Luis Diego Cuscoy y la Comisaría Provincial de Excavaciones Arqueológicas de Canarias Occidentales (1939-1955)” –– Museo Arqueológico de Tenerife, 2011. Pág. 108.
[11].- Ibid. Pág. 106 y 358.
[12].- J.L. Martínez. «El científico psicópata nazi …». ABC, 23/12/2017.
[13].- Alfredo Mederos Martín y Gabriel Escribano Cobo. Op. cit. Pág. 108.
[14].- Simon, Gerd: “Vom Antisemiten zum Semitistik–Professor – Chronologie Rössler, Otto” (Última actualización, noviembre de 2010). Homepage von Dr. Gerd Simon – Universidad de Tübingen. Pág. 9.
[15].- Alfredo Mederos Martín y Gabriel Escribano Cobo. Op. cit.. Pág. 113.
[16].- J.L. Martínez. «El científico psicópata nazi …». ABC, 23/12/2017.
[17].- Alfredo Mederos Martín y Gabriel Escribano Cobo. Op. cit.. Pág. 18 y 45.